Por Pilar Bernal
¿Cómo vivió esos primeros días de la pandemia?
Fue una experiencia bastante dura. La situación era caótica tanto a nivel de organización, como de actuación. Empezaron a llegar los enfermos, se abrieron más unidades, la plantilla se triplicó. No había hueco para todos. Era una situación de incertidumbre donde te enfrentabas a un virus nuevo que no se sabía cómo se contagiaba o cómo trabajar con él. Los cambios de protocolo eran diarios, incluso varios en el mismo día: la forma de vestirse, los pasos que seguir con el paciente… Toda esa incertidumbre generó mucho miedo.
¿Qué le daba más miedo?
El llegar a casa. No sabías si el virus se había quedado contigo. El miedo se nos metió dentro, era un miedo atroz a lo que pudiera pasar. Incluso mi marido me comentó si tenía la opción de poderme quedar a dormir en otro sitio para evitar posibles contagios. Al final, temía más por las consecuencias de contagiar a mi familia, que por mí.
«La deshumanización fue enorme. A veces no te dabas cuenta si era hombre o mujer el que tenías delante»
Después de esta experiencia tan dura ¿cómo ve que su hijo quiera seguir sus pasos?
En el momento que me dijo que quería hacer enfermería, mi reacción fue que no lo hiciera. No me gustaría que viviera todo lo que he vivido, porque ha sido duro, nos ha dejado huella. Quizás es porque estoy quemada y ahora lo veo desde otra perspectiva.
A nivel psicológico ¿Qué fue lo más complicado? Trabajar con enfermos y no ponerles cara fue lo más duro. Trabajábamos tan deprisa que, en ocasiones, o te dabas cuenta si era hombre o mujer el que tenías delante. La deshumanización fue tremenda y es lo que más me ha costado gestionar. El hecho de no trabajar dándote cuenta de que eran pacientes y que tenían su vida. Trabajabas como un robot. Todos los días entrabas, los mirabas, los atendías y vuelta a empezar.
¿Cómo gestiona todo lo vivido?
Al final, la mente tiene que ser lista e intentar quedarse con lo bueno. En mi caso, me quedo con la satisfacción de cuando los enfermos salían adelante. El hecho de estar en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) hace que te alegres especialmente al ver que al final ese paciente ha podido mejorar. Además, durante la pandemia se trabajó mucho en equipo. Había mucho compañerismo. Nadie se negó a hacer turnos. Todo el mundo ponía de su parte y eso es de agradecer.
«Por mucho que estés acostumbrado a la muerte, el verla tanto todos los días, te destroza»
Las tasas de mortalidad fueron muy elevadas ¿Cómo conseguía sobrellevarlo?
Fue algo muy duro, nunca te acostumbras a algo así, a que se muera tanta gente de esa forma. Me creó mucha angustia. La gente se moría sola, no podían despedirse de sus familiares y lo peor es que eran conscientes de todo. Al final, su única referencia eras tú, una enfermera disfrazada con bata, mascarilla, gorro, dos o incluso tres guantes encima. Muchas veces, ni nos conocíamos entre las enfermeras y teníamos que ponernos el nombre en la máscara con un esparadrapo.
¿Sufrió alguna consecuencia en su salud mental durante este periodo?
Estuve con mucha ansiedad. Los medios no paraban de hablar de ello y la situación en el hospital no ayudaba. Durante la primera ola, el porcentaje de mortalidad de los pacientes que ingresaban en el hospital era alrededor del 80-85% y eso es difícil de gestionar. Por mucho que estés acostumbrado a la muerte, el verla todos los días durante tanto tiempo, te destroza.
Un reciente estudio afirma que más del 90% del personal sanitario ha sufrido cansancio emocional después de la pandemia ¿Es su caso?
Me apasiona mi trabajo, siempre lo ha hecho, pero sí que es verdad que actualmente estoy un poco quemada. Además de esa saturación con el trabajo, el apoyo al final ha ido desapareciendo. Al principio vimos mucho, pero luego… nada. Y no es que necesite una recompensa por hacer mi trabajo, pero a veces sí que es cierto que te sientes decepcionada, cansada.
«Nadie te prepara para estas situaciones ni en la carrera universitaria ni tampoco después»
La dureza de las experiencias vividas ha hecho que más de un tercio del personal sanitario haya contemplado colgar la bata. ¿Se lo llegó a plantear? No me he planteado dejar mi profesión, pero sí que es verdad que te replanteas algunas cosas, como cambiarte de departamento, irte a otro sitio… Antes de la pandemia iba a trabajar muy contenta y ahora me cuesta más. Estoy más cansada, cosa que antes de esta situación no me había notado.
¿Ese colapso de casos en los hospitales ocultó esa parte “bonita” de la enfermería?
Sí, si algo tiene nuestra profesión es esa parte de satisfacción al ver que tus pacientes mejoran, que puedes atenderlos y cuidarlos y ver que salen adelante. Pero, en esta situación, había tal saturación que todo esto fue anulado por completo. No podías estar con el enfermo. Entrabas y salías para estar el mínimo tiempo posible con ellos. No dábamos abasto. Era imposible. Mentalmente, además, esa situación te desgasta, hace que pierdas un poco esa vocación por tu trabajo. Te cansas de todos los días lo mismo, de dejarte la vida con ellos, de intentar sacarlos adelante y ver que el paciente no sale.
«No recibí ninguna ayuda a nivel psicológico o psiquiátrico y creo que era necesario»
Mucho personal sanitario ha admitido consumir tranquilizantes o haber pedido ayuda psicológica durante o después de la pandemia ¿Es su caso?
Sí, en mi caso he tenido que tomar pastillas para poder dormir, porque no podía. Al final, la situación que se ha vivido ha sido muy difícil. He conocido a gente con fobias y miedos que no aguantaban más de dos horas en la zona llamada «sucia» (donde estaban los pacientes contagiados), gente que se ha tenido que tirar al suelo porque no podía más, o que se ha tenido que tomar ansiolíticos por ataques de ansiedad trabajando.
¿Quiénes fueron los más vulnerables?
Creo que la peor parte se la llevaron los jóvenes. La saturación en las clínicas obligó a coger a mucha gente nueva en el hospital, muchos no habían trabajado en situaciones así, y otros acababan de terminar la carrera. Entrar con un paciente tan difícil, fue bastante duro para ellos. Hubo gente que lo pasó muy mal porque teníamos que trabajar solos, cada uno llevaba su enfermo, no podías ayudarles.
«Tendría que haber una asignatura de gestión emocional y así no tener que recurrir a ansiolíticos»
¿Cree que en las facultades de medicina se enseña a gestionar emocionalmente este tipo de situaciones?
No. Nadie te prepara en estos temas ni en la carrera universitaria ni tampoco después. En mi caso, como parte del personal sanitario del hospital, no he recibido ninguna ayuda a nivel psicológico o psiquiátrico y creo que es algo necesario. Hubiera agradecido poder desahogarme, hablar con alguien y contarle los problemas o saber cómo gestionar todo ese estrés, cómo poder enfocarlo para que no me afectara tanto. Al final, en esta profesión es fácil llevarte ese estrés del trabajo a casa y eso durante la primera ola pasaba factura. Los familiares pasaban miedo y tú te sentías aún más agobiada.
¿Cree necesario que se implementen este tipo de cuestiones emocionales o psicológicas en las universidades?
Sí, creo que tendría que haber una asignatura de gestión emocional en la carrera, para saber cómo poder actuar ante situaciones difíciles y así no tener que recurrir a ansiolíticos. Es necesario saber gestionarlo, saber cómo trabajar a nivel mental todo esto y no llegar a las situaciones que hemos vivido durante la pandemia… Las consecuencias de este virus han sido enormes y gente que estaba un poco tocada esto les ha terminado de hundir.
Con todo lo que ha vivido, ¿volvería a escoger enfermería?
La verdad que sí. Es verdad que estoy muy quemada, pero también he de decir que me apasiona lo que hago. Me gusta cuidar, tratar a enfermos y estar con ellos. Ahora toca gestionar estos últimos años que hemos vivido.
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