Después de ganar el Premio de la Juventud en 2005 con Aupa Etxebeste!, codirigida con Telmo Esnal, y tras presentar su documental Bertsolari en 2011 fuera de concurso en la Sección Oficial, Asier Altuna presenta hoy Amama en el Zinemaldia, una particular reflexión sobre la jerarquía de las familias vascas más antiguas y su día a día en las montañas, además de esconder un bello canto a la mujer y sobre todo un retrato de la figura paterna y su poder.
Amama está a medio camino entre la ficción y el documental, ya que muestra costumbres muy tradicionales de un tema muy tratado ya en el cine: la diferencia entre la vida en el campo y en la ciudad, aunque esta vez desde una perspectiva de un matrimonio vasco que está muy arraigado al campo, a su caserío, y a sus tres hijos.
Las raíces
Antiguamente, el caserío lo heredaba el hermano mayor, mientras que ahora los padres eligen quién creen que debe continuar con la tradición familiar. Al nacer, cada hijo recibe una etiqueta, un adjetivo, que a su vez va ligado a un color. El rojo, la pasión y la valentía. El blanco, la vagueza y la desgana. El negro, el mal y la rebeldía.
La filosofía de Tomás, el padre, es la del trabajo. Durante cada día de su vida lo ejerce como algo automático y primordial, por encima de cualquier otra cosa, incluso de su familia. Es algo que no se elige, es algo que se tiene que hacer. Su hijo Gaizka, el mayor, es un fiel reflejo de su figura. Xabi, el mediano, es el vago de los tres, desde pequeño odia trabajar y ayudar en las tareas de casa, pero acaba haciéndolo ante la insistencia de su padre. La última es Amaia, el color negro, la rebelde, el mal. Es trabajadora, pero siempre busca el cambio, sabe que hay vida más allá del caserío y sus planes no están lejos en las montañas.
Cuando Gaizka decide irse a vivir a la ciudad, las esperanzas de que la tradición familiar en el caserío continúe se desvanecen. Aquí comienza el conflicto entre Amaia y su padre, que reniega totalmente de ella. Sin embargo, un pequeño accidente mientras trabaja hace reflexionar a Tomás y acaba pidiendo perdón de la única manera que él conoce: con sus propias manos, sus herramientas de trabajo. De este modo pasamos de odiarle a emocionarnos con él. Esa gran evolución del personaje durante todo el largometraje es una de las cosas más bellas del film, que se sitúa como una de las más potentes hasta ahora en la Sección Oficial de la 63 edición del Festival de Cine de San Sebastián.
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