Unicef elaboró un informe en 2007 en el que se recogieron 4.000 niños huérfanos solo en la ciudad de Kelo. Ante esta llamada de socorro, BELACD (la Cáritas de Laï) y Acción Social Católica hacen suyo el problema y se ponen manos a la obra. Así nace este centro. El Centro Charles Lwanga está situado entre Kelo y Bayaka. En él viven 50 niños y niñas de entre 12 y 14 años. Ellos son los protagonistas.
Son las 5:30 de la mañana. Mi despertador aún no ha sonado, pero tengo los ojos abiertos desde hace 27 minutos. Los gallos han empezado a cacarear con los primeros albores, y el burro rebuzna: ayer murió la burra que le hacía compañía. Ya llegan. Empiezo a oír el ruido de la fuente. Es una fuente en la que hay que balancear un palo de arriba abajo continuamente para que salga agua del subsuelo. Ellos la llaman “pompe”. El agua corriendo, risas, gritos. Desde las 5:30 ya es imposible dormir. Desde mi ventana veo pasar progresivamente a Kurma, Guguma, Gisselle,… uno detrás de otro 49 niños pasan a lavarse con cubos antes de empezar sus quehaceres en el Centro Charles Lwanga.
Me ve salir de la habitación y se acerca ágilmente con sus muletas. Hace años se cayó de un mango y se quedó cojo. No importa, es de los más ágiles de todo el centro, solo hay que verlo jugar a fútbol con sus compañeros. No tiene complejos y tampoco es discriminado por sus compañeros. Babo Antoine me saluda con un “ça va” mientras sonríe pícaramente. Los idiomas oficiales en Chad son el árabe y el francés, que conviven con más de 150 dialectos, provenientes de las casi 200 etnias que existen.
Le acompaño hasta sus aulas. Hay 4 pabellones. Dos donde se da lengua francesa y cálculo. Otros dos donde se dan talleres prácticos de carpintería y costura. Todos impartidos por chadianos contratados y formados por los responsables del centro. Babo cose. Cuando salga del Centro quiere ganarse la vida con su propio taller. En el Chad la gente vive mayoritariamente de la agricultura. El Centro es consciente, por eso una asignatura obligatoria para todos es el conocimiento y cultivo del huerto que tienen en común. Ahí los niños aprenden a sembrar, regar y recolectar. Al cuidado de una porción de tierra para que de cosecha abundante y servible que luego puedan vender en los mercados. Desde la valla se oye a los niños cantando mientras riegan: “Bienvenue, bienvenue á Bayaká”.
Pasear por los terrenos del Centro es como hacerlo por un poblado del Sur del Chad, pero construido con ladrillos y cemento. Hay 5 concesiones, 5 terraplenes donde se sitúan dos casitas con camas y un pequeño espacio circular y cubierto con asientos. Así, cada grupo de niños tiene su intimidad y sus ratos de ocio. Aun así, ellos mantienen las costumbres y se salen a dormir al suelo de la concesión, el calor es insoportable dentro de ellas. Cuando sales del Centro puedes ver las casas de adobe circulares, con techos de paja, y grandes mangos donde la gente se sienta para huir y descansar del sol que azota estas tierras chadianas durante seis meses.
Los otros seis meses del año son azotadas por lluvias torrenciales. Unas fuertes corrientes de aire son precedidas por unos escasos minutos de lluvia, pero una lluvia que esa capaz de inundar todo. Los caminos de tierra y arena se hacen intransitables y los chadianos se ven recluidos en sus pequeñas chozas aisladas.
Toda esta agua se acumula debajo de la arena y gracias a eso tienen agua el resto del año. Mediante pozos a 6 metros de profundidad pueden sacar agua con cantaros o con las “pompes”. El Chad es como una gran colchoneta de arena sobre agua. De esto se aprovecha el Centro de Bayaka para regar sus campos de mangos y bananas y así poder autoabastecerse en un futuro no muy lejano. Mediante placas solares activan unas bombas de agua bajo tierra. Esas bombas de agua la introducen en unas colchonetas de unas dimensiones considerables (10x20x1,5) y gracias a estas luego puede establecerse un sistema de regadío por goteo para estos mangos y bananeros, ya que la arena no retiene el agua y la absorbe enseguida.
Babo sale de clase y se acerca orgulloso. Es la hora de comer. Lleva una carpeta y dos cuadernos sobre su cabeza. Se mueve rítmicamente sobre sus muletas. Balanceando su pierna. Otro niño aporrea una campana gritando: “Á la grande salle! Á la grande salle!”. Todos se lavan las manos antes de sentarse –costumbre que se está intentando arraigar en todo el país para prevenir muchas enfermedades-. Un niño de cada mesa sale disparado a por la “boule”.
La boule es una especie de masa hecha de mijo (en el Sur) o de maíz (en el Norte) en forma de bola y sumergida en una salsa. Es la comida más común en el Chad. Casi todos los días se come la boule, lo que varía es la salsa. Puede ser de carne, pescado, cacahuete,…
Todavía no se abalanzan sobre la boule. Queda bendecir la mesa. Todos juntos entonan un Padre Nuestro en francés. Ahora sí. Nadie habla mientras empapan la boule en la salsa y se la comen. A pesar de ser un país donde la Iglesia Católica tiene mucha presencia desde la colonización francesa, así como por las labores cooperativas de la misma, un 53% de la población es musulmana, un 35% es cristiana, y un 12% es animista.
La tarde transcurre en calma. Los niños tienen más clases, pero en el ambiente –y en sus caras- ya se respiran las ganas de que lleguen las 17h. Fuera les esperan Pili y Jimmy, los coordinadores de centro, para darles una pelota. Todos corren al campo de fútbol que hay colindante al Centro. No hace falta ni hacer equipos, son los de siempre. Y ahí transcurre el rato. Babo sabe que le miro. Hace unos regates y mira de reojo. Es consciente de que impresiona verle jugar a fútbol con una sola pierna y con sus muletas. Sigo sin entender dónde mantiene el equilibrio cuando chuta el balón hasta la otra punta del campo. Mientras tanto, ellas están sentadas en la línea de banda. Se cepillan el pelo y se rehacen las trenzas unas a otras. Alguna hace labor de punto sentada en las piernas de quien estira con fuerza sus cabellos hacia detrás y los torna dóciles entre sus manos.
El cielo ya está completamente naranja. Entre otras manos la campana suena de nuevo. “Á la grande salle! Á la grande salle!”. Son las 19 horas y otra boule les espera en la cocina. Tras el mismo ritual de la comida, la boule no dura ni 10 minutos sobre las mesas. Parece que tienen prisa por irse a dormir, pero no es así: todavía se oyen gritos, canciones y timbales durante un buen rato. Algunos incluso se anima a bailar en corro. Están a oscuras hace horas, pero no quieren irse a dormir. Hasta que Pili y Jimmy toman cartas en el asunto. Dulcemente les dan las buenas noches. Ahora sí. Poco a poco, se van recogiendo en sus concesiones. Mañana tendrán otro día igual. Igual de intenso y alegre que este.
Que bonito, me encanta , cuantos ratos bueno hemos pasado mi familia y yo en ese centro, con esos niños que jamas olvidaremos, ellos son nuestra familia y lo serán siempre, un abrazo muy fuerte para todos, os llevamos en nuestro corazón.