Entrevistas

Laura Castañón: “Es tan corta nuestra vida que leer para encontrar y vivir otras es fantástico”

© Ricardo Solís
© Ricardo Solís

Esta escritora asturiana conocida por impartir y dirigir talleres de lectura y escritura creativa y por la publicación de sus poemas y relatos, es uno de  los últimos descubrimientos de la editorial Alfaguara que ha publicado su primera novela Dejar las cosas en sus días (2013), con la que  ha conseguido excelentes  críticas.

Tras este éxito que todavía no acaba de creer, Laura Castañón estará el próximo lunes 10 de febrero junto a la escritora Magdalena Lasala en el ciclo cultural Los lunes del Principal, para hablar sobre la mujer y la novela histórica.

La sesión organizada por Actividades Culturales USJ j y el Teatro Principal estará moderada por Nacho Escuín en el hall del Teatro Principal (Espacio Mariano Cariñena) a las 20 horas y versará sobre el género literario de la novela histórica  y su relación con la mujer, como escritora, protagonista e icono.

Dragón Digital.- La novela surge de “aquella casa misteriosa y con biblioteca de las señoritas de Pomar” que tú veías desde la carretera con tu madre pero, aparte de esto, ¿Cuánta parte de realidad y ficción hay en la novela?

Laura Castañón.- La casa es solo una imagen, pero las novelas a veces nacen de una sencilla imagen. Y en este caso, la fuerza de la imagen fue enorme: de niña me dediqué a fantasear mucho con la vida que se podía haber desarrollado en aquella casa, y creo que escribir fue prolongar aquella fantasía. Por lo demás, todo ficción. En un marco histórico determinado y en un ámbito que existió y sigue existiendo, pero ésa es la única concesión a la realidad.

D.D.-Haces descripciones y explicaciones minuciosas en espacio y tiempo de Bustiello, Oviedo, Madrid, las diferentes corrientes ideológicas que enganchaban a unos y confundían a otros en esos tiempos convulsos previos a la Guerra Civil… ¿Cuánto tiempo ha durado la fase de documentación?

L.C.-No sabría decir cuánto exactamente. Varios meses, aunque tampoco de una forma exhaustiva. Sí es cierto que en la medida en que la zona (que es la mía, en la que nací y en la que viví veinte años) empezó a resultarme fascinante literariamente hablando, ya había leído y buscado mucho sobre la época y sobre las circunstancias especiales que concurren en ella.

D.D.-Tanto Aida como tú sois periodistas, ambas sois de Mieres… ¿Hay alguno otro rasgo común entre Laura escritora y Aida protagonista? ¿Quizá la obsesión por la memoria?

L.C.-En parte sí. Aida tiene muy pocas cosas mías, más allá del color de los ojos, la moleskine roja en la que toma sus notas, y en las que yo tomaba las mías… La obsesión por la memoria, tal vez, pero con matices. A Aida le importa muchísimo encontrar las claves de su propia historia, de su biografía familiar. A mí me interesa mucho la memoria que tiene que ver con lo colectivo, de un modo mucho más abstracto, a lo mejor porque no tengo conflictos biográficos o grandes enigmas en mi propia historia. Por lo demás, aparte de la profesión, que creo que habría elegido igualmente para ella aunque no la compartiéramos, y la ubicación geográfica, no hay mucho más. Además ella es un poquitín más joven que yo…(Risas).

D.D.-“La vida es la búsqueda constante de un interlocutor”, dice Andrés Braña en su confesión final… ¿Cuándo escribes esta novela te diriges a alguna persona o colectivo en especial? ¿La has escrito ahora porque piensas haber encontrado el interlocutor adecuado?

L.C.-Yo coincido con Andrés Braña en esa afirmación. Creo que nos pasamos la vida buscando a alguien que sea capaz de entender lo que tenemos que contar, y no siempre se consigue. Yo empecé a escribir esta novela porque me apetecía contar la historia, y más allá de un puñado de personas del ámbito familiar y de los amigos más próximos, no pensaba en ningún destinatario en especial, y no digamos en un público, porque escribí sin absolutamente ninguna vocación editorial… Para mí, aunque estaba muy contenta con la historia, está siendo una sorpresa enorme que le esté gustando a tanta gente, y a gente tan distinta, incluso ideológicamente. Recibo correos de muchos lectores y no deja de sorprenderme que no exista el interlocutor ideal, sino muchos, y de distintos niveles de exigencia literaria, y de forma de pensar y ver la vida.

D.D.-Consigues que el lector se ponga en la piel de prácticamente todos los personajes ¿Cómo consigues mostrar las diferentes facetas de tantas personalidades y tan diferentes?

L.C.-No sabría decirlo de una forma que resulte convincente, pero lo cierto es que durante la escritura de la novela me instalé en ese universo, creo que no es posible hacerlo de otra manera. A veces tenía la sensación de que los personajes funcionaban delante de mí, como si yo fuera una mera espectadora, una notaria de sus conductas. Ya, ya sé que esto suena hasta esotérico, pero hay algo de eso. Para mí cada uno tenía su voz, su rostro, su biografía, aunque fueran personajes muy, muy secundarios. Supongo que la clave está en eso, en construir su personalidad de un modo coherente, real. Si lo haces así, ellos ya van haciendo sus cosas, viviendo. Igual eso es lo que los convierte en personajes de los que los lectores me hablan como si fueran amigos, conocidos, familiares. Para mí es una tarea de lo más feliz la de crear personajes.

D.D.-Dejar las cosas en sus días forma parte de una trilogía en la que sigues trabajando. La segunda parte tratará sobre París y las vivencias de Paloma en esta ciudad y, la tercera, se centrará en el periodo de la Segunda República y la Guerra Civil. ¿En estas dos próximas entregas se dará respuesta a la multitud de preguntas que plantea la primera parte?

L.C.-Yo creo que la novela, la literatura en general no tiene por qué dar respuestas. Me conformo con que haga preguntas, que ya es muchísimo. Dejar las cosas en sus días forma parte de una trilogía, y sí, tengo que decir que no es exactamente que la segunda novela sea la historia de Paloma en París. Es cierto que aparece, pero de un modo lateral, dentro de una historia más amplia. A mí como lectora me gusta encontrarme personajes de otras novelas unas veces como cameos y otras como spin-off, y ésa es un poco la idea, hay personajes que aparecen haciendo como poco más que una mención, y hay otros que tienen un papel más importante, o que se proporcionan datos para iluminar algunas zonas que quedaron deliberadamente contenidas en la primera.

Por otro lado la primera parte es autoconclusiva, no se trata de dar respuesta a un “continuará” que realmente no existe. Las respuestas a las preguntas son patrimonio de los lectores, pero, naturalmente, aparecerán nuevos datos, nuevas preguntas…

D.D.-Supongo que el haber sido profesora y directora de multitud de cursos de escritura y haber corregido a otros autores te habrán permitido conseguir la calidad de escritura que contiene el libro pero, si tuvieses que señalar a uno o varios autores o libros que te hayan marcado o influenciado, ¿cuáles serían?

L.C.-Todo lo que leemos, vemos, escuchamos, vivimos, termina por ser influencia: forma parte del equipaje que llevamos y siempre aparece. Yo no sabría decir qué me ha marcado como escritora, pero hay autores que me gustan y algún crítico ha visto esas influencias. Muñoz Molina, por ejemplo, de quien siempre me he declarado fan, o García Márquez. Dicen que hay algo de Flaubert y de Clarín, y a mí me parece genial, imagínate. Pero sé que soy deudora de todo lo que he leído.

D.D.-Confiesas haber sido caótica e irregular a la hora de escribir y que te avergüenzas de no haber cumplido ninguno de los consejos que tantos años has dado a tus alumnos en las clases de literatura creativa ¿Hasta qué punto crees que la escritura es hábito y constancia o talento e inspiración?

L.C.-Hombre, tanto como ninguno no es del todo exacto. Pero el de la disciplina en concreto sí. Siempre les he hablado a mis alumnos de la importancia de mantener unas rutinas de escritura, unos horarios, una dedicación. Y yo no lo he hecho, es cierto: escribí a trompicones, a veces mucho, y luego semanas, meses enteros sin escribir. O sin teclear, porque seguramente seguía escribiendo, la novela crecía en mi cabeza aunque yo estuviera regando las plantas o cocinando. También es cierto que fui un poco autoindulgente conmigo: esgrimía la coartada de que como tengo fibromialgia, no siempre estoy bien, y sí, es cierto, pero reconozco que con ese argumento me evité la culpabilidad de no cumplir lo que yo misma tanto había recomendado.

D.D.-En más de una ocasión has confesado que tu pasión por la literatura te viene desde la cuna y que antes leías una media de 3 o 4 libros semanales. ¿Prefieres leer o escribir?

L.C.-Leía una barbaridad, sobre todo a temporadas, pero últimamente (también por la fibromialgia)  leo muchísimo menos. Curiosamente me resulta (y hablo ya de los aspectos relacionados con las dificultades que plantea la enfermedad) mucho más sencillo escribir que leer. Me exige menos esfuerzo sumergirme en el universo que yo construyo que hacerlo en los ajenos. Eso, desde el punto de vista de la dificultad, pero como preferir, no sabría decirlo. Leer es una de las mejores cosas de la vida.

D.D.-¿Qué significa para ti la escritura? ¿Y la lectura?

L.C.-Ambas son  de las mejores cosas que una puede hacer en la vida. Las dos te otorgan el milagro de vivir otras vidas. Es tan corta la que tenemos, que encontrar en los libros otras vidas para vivir me parece fantástico. Y crear otras vidas, ni te cuento.

D.D.-¿Crees en la fidelidad de la memoria o en la desvirtualización sistemática de esta?

L.C.-Yo creo que siempre reinventamos el pasado, que es una ficción. Me refiero al pasado propio, al que volvemos a través de los recuerdos, siempre aplicamos un filtro que lo transforma en otra cosa y es hasta creativo y en esa medida puede estar bien, ficcionamos nuestra propia historia. Ahora bien, algo muy distinto es indagar en el pasado colectivo: exige un rigor, un método, apoyarse en los datos. Y sin embargo, a pesar de los esfuerzos, nunca podemos estar seguros de reconstruirlo con fiabilidad. Así que si además hay voluntad de ocultar determinados aspectos, transformarlo según los intereses…

D.D.-Claudia Montañés escribe sus vivencias y secretos en un diario, Andrés Braña plasma sus memorias cuando la enfermedad del Alzheimer le acecha y Aída toma anotaciones en una Moleskine Roja ¿También Laura Castañón anota su día a día y sentimientos en una libreta?

L.C.-He escrito muchos diarios a lo largo de mi vida y anoto muchas cosas. Soy una adicta a las libretas, me encantan, y me pasa como a un personaje de Nick Hornby que cuando lo leí me hizo mucha gracia: tengo muchísimas en las que apenas he escrito un par de páginas. Las empiezo con mucha voluntad, pero la constancia, lo de ser sistemática… en fin. Eso sí: cuando estás trabajando en una novela, anotar es una fantástica costumbre.

D.D.-Por un lado, presentas la realidad de aquellos que necesitan olvidar lo que fueron y los episodios devastadores del país como Andrés Braña y, por otro, las ansias de saber y conocer la historia de su familia y país que representa Aida ¿Hay una parte autobiográfica en alguna de estas vertientes?

L.C.-No, no qué va. Afortunadamente, en mi familia no hay grandes tragedias, al menos en el entorno más próximo, pero si tengo que alinearme, lo hago con Aida, naturalmente, porque considero imprescindible conocer la historia del país, especialmente aquellos episodios que han sido silenciados, transformados. Solo cuando se conocen y se superan las cosas pueden dejarse en sus días.

D.D.-¿Has usado alguna “trampa” como experta en filología y escritura para conseguir que el lector necesite seguir leyendo para saber más y más de la historia pero sienta pena conforme el libro se acaba?

L.C.-Si lo he hecho, no soy demasiado consciente de ello, pero es cierto que esta paradoja es la que más se repite en las opiniones y valoraciones de los lectores… y a mí me hace muy feliz. No sé, supongo que es un conjunto de cosas: la creación de un universo lo suficientemente sólido, creíble, unos personajes que lo habitan y que aportan una dosis de credibilidad para que el lector se sienta habitante de ese mundo, y luego la dosificación a la hora de narrar y de organizar los materiales… Pero tengo que confesar que esto lo digo a posteriori. Creo que todo fue mucho más natural e intuitivo, quizá porque (y eso sí que creo que funciona) trabajar tantos años con las técnicas y los recursos, en la cocina de la escritura, ha hecho que tenga interiorizadas cosas, procedimientos que tienen que ver con la técnica y que hacen que el conjunto se organice de esa forma.

D.D.-Si tuvieses que describir la obra, ¿Cómo lo harías?

L.C.-Estoy bastante de acuerdo con la opinión de un crítico que la define como una novela río, pero para mí es muy difícil describirla: digamos que es una historia muy coral en la que ocurren muchas cosas durante casi un siglo. Es una descripción horrible, muy poco precisa, ya lo sé.

D.D.-¿Qué opinas del boom de la novela histórica que caracteriza la literatura actual?

L.C.-Yo no tengo conciencia de haber escrito una novela histórica, al menos con el concepto que yo tengo de novela histórica, y además, me ocurre que lo de los géneros me crea montones de dudas. Yo creo que existen novelas: en unas se investiga un asesinato, en otras se recrea un hecho histórico, en otras se cuentan hechos totalmente fantásticos… Aparte de las clasificaciones, y de la dificultad que a mí personalmente me crea la adscripción a los géneros, imagino que la novela histórica resulta muy seductora en la medida en que no solo te permite como lector vivir otras vidas: también te permite vivir otros tiempos, unas circunstancias muy ajenas a las que uno tiene. Y eso resulta fascinante.

D.D.-Hay un aluvión de mujeres escritoras que se han hecho con un mercado que tradicionalmente ha sido ocupado por hombres. ¿Te ves influida por alguna tradición femenina o reivindicas de algún modo la literatura femenina?

L.C.-Igual sería más interesante el fenómeno de la progresiva y llamativa “feminización” del público lector. Pero al margen de ello supongo que haber sido muy lectora de novelas escritas por mujeres, algo me habrá dejado… Más allá de eso, creo que el debate sobre literatura femenina está absolutamente superado, o debería estarlo, incluso en lo que a las editoriales y al mercado se refiere, porque no creo que los lectores hagan distinciones, así que  cualquier diferencia que se quiera establecer, igual resulta que tiene otras razones.

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 Informa: Leyre Beazcochea.

Universidad San Jorge