La industria de la moda representa gran parte del comercio mundial, llegando a facturar más de un billón de dólares a nivel mundial, según Statista. En los últimos años, el sector textil ha ido incrementando su producción de acuerdo a la demanda de los consumidores. Así nace el concepto fast fashion, “moda rápida” en su traducción al castellano, que se define como un fenómeno de producción textil de las últimas tendencias diseñas y producidas de forma acelerada y a muy bajo costo. Vamos, McDonalds es a la comida lo que Zara a la moda. Es una manera de ofrecer prendas en tendencia continuamente a un precio más bajo.
Sin embargo, la producción masiva y constante con su correspondiente consumo presenta grandes consecuencias sociales y medioambientales. En primer lugar, debemos evidenciar que detrás de este fenómeno se esconde un consumismo exacerbado. A diferencia de otras industrias, la textil tiene ligado un componente de estatus social, además de la autoconfianza y la capacidad de “ir a la moda”. Conlleva una presión social de no repetir muchas veces una prenda, causar buena impresión o, simplemente, ir bien vestido de cara a los demás. Y por supuesto, las marcas lo saben. Mediante estrategias publicitarias, estudios de compartimiento del consumidor, planes de distribución y producción, marcas como Zara, Top Shop, Primark, Mango o los gigantes asiáticos Uniqlo y Shein han conseguido liderar el mercado de la moda. Quizá no somos tan libres como pensamos, elegimos solo sobre lo que nos ofrecen.
Es cierto que las prendas que ofertan son baratas, pero hablamos de una calidad dudosa. De media, usamos siete veces cada prenda. Pero, ¿cómo puede ser eso posible, si los recursos son cada vez más limitados? La respuesta se encuentra en la brutal contaminación de la industria textil, además del derroche de recursos naturales. Desde el agua que utilizamos para cultivar algodón, que se sitúa en nueve metros cúbicos por ciudadano, hasta la contaminación de la misma debido a los tintes (aprox. un 20% de la contaminación mundial de agua potable), pasando por las emisiones de carbono, un 10% de las mundiales.
Si esos datos le suenan lejanos, aquí le dejo algunas comparativas para bajarlos a tierra. La industria de la moda supera las emisiones de carbono de vuelos internacionales y transporte marítimo combinados, generando 270 Kg de emisiones de CO2 por persona. Para elaborar una sola camiseta de algodón se necesitan 2.700 litros de agua dulce, lo que consume una persona promedio en dos años y medio.
De la misma manera, las consecuencias sociales para los países donde se producen las prendas son devastadoras. Las empresas sitúan sus fábricas en países con mano de obra barata: India, Bangladesh y China son los más afectados. Con jornadas de trabajo extensas, muy baja remuneración, malas condiciones sanitarias y rozando la explotación laboral e infantil, muchos la denominan la “esclavitud actual”. Casi 8.000 niños trabajan en fábricas de Delhi para que en Europa podamos llevar pantalones cargo, camisetas boxy y unas Samba en los pies.
Si esto les ha removido lo más mínimo, quizá puedan aplicar estos consejos en su vida para mejorar, aunque sea un poquito, el planeta y la sociedad. El primero parece obvio, pero antes de comprar algo, hagan el ejercicio de pensar si lo necesitan y cuántos usos le van a dar. Podría seguir recomendando que le den un segundo uso a la ropa que ya no les gusta o que no utilicen.
Asimismo, pueden hacer uso otras prendas que ya han sido utilizadas. Empresas como Wallapop o Vinted no suenan extrañas para nadie en 2024. Sin embargo, muchos prefieren acudir a tiendas físicas, por lo que aquí les dejo un listado de locales de compraventa de ropa de segunda mano en Zaragoza: Latido verde, Desván, Redivivus 2, Vendelo Amazing, Money Transformers, Vendetu, Ggardens Vintage, Rastro Retro, Reloved y “aRopa2”, entre otras. Como ven, no es por falta de opciones.
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