Las economías colaborativas son un fenómeno que se ha extendido en los últimos años gracias al auge de las aplicaciones para móviles. Pero para los expertos, cuando estas se llevan a la práctica, pueden resultar erróneas o contradictorias.
“SE ORDENA: La cesación y prohibición en España de la prestación y adjudicación del servicio de transporte de viajeros en vehículos bajo la denominación “Uber pop”, o cualquier otra que pueda denominarse con idénticos fines por la demandada.”
Este era el fin de Uber en España el 9 de diciembre de 2014. Seis meses después de su llegada a España en marzo de ese mismo año. Una medida cautelar que cesaba la actividad de transportes entre particulares. Todo bajo la atenta mirada de la app UberPOP. Esta aplicación permite a un particular buscar transporte y a otro particular dárselo a cambio de una tarifa acordada entre ambos.
Pero este cese es solo una medida cautelar hasta que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictamine sentencia. Entonces Uber podrá definirse legalmente: empresa de transportes, e-commerce (comercio electrónico) o economía colaborativa. Y es que si finalmente es definido como comercio electrónico no se le aplicarían las consideraciones por las que reivindican los taxistas: licencias, impuestos, etc., y si fuera economía colaborativa permanecería en un limbo legal ya que no existe legislación al respecto.
Economía colaborativa
El concepto de economía colaborativa parecía estar en desuso, por lo menos hasta hace cinco años. Hoy en día más de 500 empresas españolas se dedican a este tipo de negocio. Como su propio nombre indica, la economía colaborativa consiste en prestar, alquilar, comprar o vender productos en función de necesidades específicas a través de diferentes plataformas que son utilizadas para contactar entre usuarios particulares, sin dar tanta importancia a los beneficios económicos.
Debido a la gran innovación de este tipo de consumo, todavía no se ha llegado a un consenso sobre la definición más acertada. Sin embargo, Francisco Rodríguez -conector de OuiShare y miembro de consumocolaborativo.com– la define de la siguiente manera: “La economía colaborativa es lo que se ha hecho toda la vida pero que ahora gracias a la tecnología se puede hacer con desconocidos”
Tal y como explica Rodríguez: “compartir era algo que antes sólo hacías con tus vecinos o familia, ahora gracias a unos sistemas de reputación –sistemas para evaluar los servicios recibidos- que ofrecen seguridad a los intercambios, lo puedes hacer con desconocidos. De este modo y a través de estas plataformas online puedes dormir en China, viajar en coche a donde quieras o intercambiar cosas que ya no utilizas con desconocidos”.
La economía colaborativa, concluye el experto “ha ampliado y ha llevado a la figura del ciudadano como un productor que pone en valor sus bienes y servicios, y ha cambiado su manera de consumir, aprender, financiarse y producir”.
Ante el rápido auge de este sistema económico, El Comité de las Regiones Europeo (CRE) decidió emitir un dictamen con una aproximación a este fenómeno que todavía falta por legislar. Un fenómeno que “parece poner en entredicho los modelos macroeconómicos tradicionales”.
Pero las economías colaborativas no son algo nuevo. Podría ser uno de los negocios más antiguos, y es que en el neolítico ya existía algo muy similar, mercados donde se intercambiaban cosas: el trueque. O épocas donde las circunstancias bélicas obligaban a la sociedad a vivir en un sistema donde compartir era una necesidad para subsistir.
Sin embargo, como consecuencia de la industrialización, alcanzamos la era de la propiedad: mi casa, mi coche,… y llegamos un sistema de consumo en el que, como expresó Miguel Ángel García Vega, en un artículo de El País, “el 40% de los alimentos del planeta se desperdician; los coches particulares pasan el 95 % de su tiempo parados; en Estados Unidos hay 80 millones de taladradoras cuyos dueños solo usan 13 minutos de media, y un automovilista inglés malgasta 2549 horas de su vida circulando por las calles en busca de aparcamiento”.
Del hiper consumo, al consumo colaborativo. Una de las grandes casusas de la crisis es el insostenible nivel de consumo y producción, pero las economías colaborativas plantean un modelo que saca a los recursos la mayor productividad posible. E Internet no ha hecho sino ayudar a la expansión de este consumo colaborativo.
El dictamen de CRE lo resume muy bien: “En la génesis del consumo nos encontramos con tres precursores: la crisis económica –y de valores–, la expansión de las redes sociales y los comportamientos colaborativos o participativos en Internet. No obstante, para su desarrollo en el contexto de las economías desarrolladas resultan clave los siguientes factores: la capacidad ociosa, la tecnología y la confianza en el bien común”.
Y es que esta economía reporta muchos beneficios. Es obvia la reutilización de recursos infrautilizados, pero encontramos otros como los menores costes de transacción, la equidad en la información sobre el producto, la mayor oferta para el consumidor, una mejor conservación del medio ambiente, y, por supuesto, una obligación de la competencia tradicional a innovar y reducir sus precios.
La confianza entre desconocidos es, quizás, el punto crítico para el éxito del consumo colaborativo. Sin embargo, Francisco Rodriguez asegura que “existen sistemas de reputación entre pares que permite la valoración de la persona una vez concluida la transacción o experiencia. Ebay fue el pionero en este sistema que permitía comprar cosas a desconocidos de manera más segura”.
“La reputación es lo que piensa la comunidad de ti” –explica Rodriguez- “Y todos estos servicios crean una comunidad a su alrededor donde los usuarios, tanto productores como consumidores, valoran al resto de los usuarios de esa comunidad”.
Aunque también hay detractores de este nuevo uso de la economía colaborativa. Gonzalo Toca -periodista freelance en Forbes y Yorokobu, entre otros medios- está convencido de que estas plataformas digitales son meras plataformas mercantilistas.
“Al final la colaboración se transforma en transacciones donde la gente compra, intercambia y vende productos. Y los usuarios se transforman en empresas y no en usuarios particulares”, asegura el periodista. No faltan ejemplos de ello.
En un artículo en Yorokobu, Toca menciona a señora en Valencia que empezó cocinando paellas y compartiéndolas gratis. Sin embargo, se hizo tan famosa que lo que empezó siendo un acto de buena voluntad, acabó configurándose como una empresa de comidas a domicilio. Por otro lado, no son pocos los casos en el que conductores de Uber conseguían mantenerse únicamente gracias a los beneficios económicos que les reportaba ofrecer estos servicios.
“Yo creo que las economías colaborativas en un sentido amplio son economía capitalista, y el paraguas de economías colaborativas responde a una estrategia de marketing” continúa Toca, pero no es el único que mantiene esta postura. El periodista cita a Giana Eckhardt- profesora de marketing de la Universidad de Londres-. Ella también considera que “las economías colaborativas que conocemos son aún más capitalista que el capitalismo al que estamos acostumbrados, porque convierte a los particulares en emprendedores y vuelve lucrativas actividades que antes eran casi gratuitas”.
Toca cree que las grandes empresas de este nuevo sector que se escudan bajo el paraguas de “economías colaborativas” (como hizo Uber en su momento) lo que consiguen es aumentar la eficiencia de la economía capitalista. “Mejoran lo que podría llamarse el combustible de la economía capitalista”, explica Toca, “y por eso no existe una gran diferencia entre una economía y otra: ni cambian el motor, ni transforman el coche, sino que permiten que aguante más kilómetros en la carretera”.
Y es que en el espectro de las economías colaborativas podemos encontrar dos caras. En un lado grandes empresas que ganan mucho dinero bajo este nombre de “empresas de consumo colaborativo”. En el otro extremo, pequeños proyectos sin ánimo de lucro que pretenden generar un impacto social positivo: como es el caso de las cooperativas o el crowdfounding, por ejemplo.
El dictamen de la UE elaborado por la CRE en diciembre también tenía en cuenta este hecho, por eso hablaba de las posibles consecuencias de las economías colaborativas: “Por una parte, puede cubrir las necesidades sociales en casos de enfoque no comercial; y por otra, contribuir como actividad con ánimo de lucro, a generar empleo, cumpliendo con las normas fiscales, normas de seguridad, responsabilidad, protección del consumidor y demás normas imperativas”.
Competencia desleal
Otros detractores de este tipo de empresas –en concreto de Uber- son el sector de los taxistas. Alejandro Jiménez lleva 11 años siendo propietario de una licencia (que le costó 11.000€) y tiene claro que si Uber tiene implantación en Zaragoza barajará la posibilidad de cambiar de trabajo porque no sería rentable. Anualmente tiene que pasar muchísimos controles y pagar varios impuestos y tasas, pero “obviamente, los conductores de Uber no pasan más que la ITV”, se queja el taxista. “El servicio que ofrece Uber es desleal porque el taxi es un servicio de interés público, regulado, con unas tarifas que imponen desde la DGA, revisiones periódicas, etc”, añade Jiménez.
Además, “¿qué ocurriría si hay un accidente? No tiene el seguro para que cubra esto. Nunca hay que olvidare que estás subiendo al coche de un desconocido sin ningún tipo control”, concluye el conductor.
Jiménez también pertenece a la cooperativa Radio Taxi Zaragoza. Su director, Jesús Gayán, también considera que “la desregulación de un sector solo provoca que este ofrezca un peor servicio”, y no consigue entender por qué la gente prefiere usar estos servicios “que aunque más baratos son muchísimos más inseguros”. Además, Gayán lamenta que Uber sea un competidor: “Un servicio que no brinda ningún tipo de control no debería ser competencia de un sector que ofrece un servicio público, y por consiguiente, seguro y regulado”.
Sin embargo, hay quienes no consideran que Uber fuera una competencia desleal. Manuel Congosto hacía uso de UberPOP y afirma que “Uber no es competencia de los taxis ya que no usaba taxis nunca y sin embargo sí usaba Uber a menudo”. Además “los taxis tienen carriles segregados, los pueden parar en la calle, etc. son privilegios que nunca tendrá un conductor de Uber. Son cosas distintas, a lo mucho complementarias”.
Juan Carlos Campos –abogado especializado en transmisiones electrónicas- define la competencia desleal como “la realización de actividades sin control, sin el sometimiento a normativas concretas y que dan prestaciones que no se corresponden con la calidad ni la seguridad del resto de los operadores de tráfico mercantil”.
Limbo legal
Y es que las economías colaborativas están en un limbo legal. La primera manifestación por parte de una institución de la UE fue el dictamen emitido durante el pasado mes y aquí mencionado. En el mismo, se hace una primera aproximación legal y se aportan las siguientes recomendaciones para futuras legislaciones: una recopilación y el estudio de la Declaración de los Derechos Humanos para verificar que estos servicios protegen al consumidor; la creación de “una base de datos y de intercambios de experiencias y buenas prácticas del consumo colaborativo o participativo, que sea de acceso a todos los consumidores” y por último habría que “proceder a la armonización de legislaciones”. Consideran que es necesaria una legislación que proteja al consumidor, “pero sin cortar la innovación”.
Pero mientras tanto, las empresas capitalistas – actuando bajo “economías colaborativas”- y los que ofrecen servicios aprovechándose de las mismas siguen sin mantener ningún tipo de relación laboral. Normalmente, esta dependencia se establece en base a unos factores, como son: la asistencia regular a un lugar designado por el empresario, el determinar una jornada laboral así como de un horario, uniforme de la empresa, fijar el período de vacaciones o delimitar y asignar zonas de actividad. Factores que en el caso de Uber no se dan. Sin embargo, una resolución judicial de un Tribunal californiano reconocía la relación de laboralidad entre Uber y una de sus conductoras el año pasado.
En España, está regulada la figura del TRADE (Trabajador Autónomo Económicamente Dependiente) en el Real Decreto 197/2009, por el cual, tendrá “consideración de TRADE la persona física que realiza una actividad económica o profesional a título lucrativo y de forma habitual, personal, directa y predominante para un cliente del que percibe, al menos, el 75 por ciento de sus ingresos por rendimientos de trabajo”, sin embargo, también exige la formalización de un contrato por escrito entre la empresa y el trabajador. El cual Uber todavía no ofrece.
Mientras, en las cúpulas de la UE se discute sobre una próxima regulación. Hay quienes consideran, como Juan Carlos Campos, que “las economías colaborativas consisten en eso: en estar fuera del sistema para intermediar -como hace Uber- y no querer asumir ninguna responsabilidad”, y que mediante una regulación perderían sus ventajas de juego y su esencia. Y es que “cuando una actividad está regulada y sometida al control del sector pasará a llamarse de otra manera totalmente distinta. Nunca será economía colaborativa”.
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