Turquía es un país híbrido. Tiene una doble alma, europea y asiática; es constitucionalmente laico pero con una sociedad mayoritariamente musulmana. En los últimos 10 años ha pasado del cuartel a la mezquita y está a camino entre las democracias occidentales y el autoritarismo ruso. Tras las últimas protestas, en el país otomano se ha producido un fenómeno que estaría entre el movimiento Occupy y la Primavera Árabe.
Turquía lleva más de una década en manos de los islamistas del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP). Erdogan sacó al país de una fuerte crisis económica y lo ha situado como una de las economías emergentes del mundo con un crecimiento medio del 5% y un desempleo bajo. Asimismo ha conseguido alejar de la política a un Ejército con tendencias golpistas y consiguió abrir en 2005 las negociaciones de adhesión a la Unión Europea.
El primer ministro del AKP ha limado el poder de las FFAA en la política turca. Sin embargo, ha ido dando pequeños pasos, poco a poco, hacia la islamización de la sociedad sin respetar el laicismo, la libertad de expresión o la Constitución secular.
Erdogan no ha permitido críticas ni disensos en sus dos últimos mandatos. Con la excusa de un intento de golpe de estado en 2003 por parte de la denominada red Ergenekon; se dedicó desde que ganó los comicios en 2007 a encarcelar a 400 personas, entre periodistas, políticos, profesores y militares retirados a los que acusó de intentar derrocarle, muchos de ellos con pruebas que nadie conocía. Los opositores al primer ministro vieron en estas acciones un plan de los islamistas para evitar la crítica y acabar con la Turquía secular que, sobre todo, han representado los militares y jueces a los que apartó del poder político mediante referéndum.
Una agenda islamista
El debilitamiento de estos dos estamentos dejó a Erdogan libre de pesos y contrapesos y se ha ido labrando una imagen autoritaria que se plasma en la violación constante de la libertad de expresión y de prensa. Según Reporteros sin Fronteras, Turquía es el país que encarcela a más periodistas, sobre todo, cuando se critica a las autoridades sobre el asunto kurdo. Hay miles de casos pendientes contra informadores de medios escritos y audiovisuales a los que se acusa de conspirar contra el gobierno.
Cuando gano las últimas elecciones en 2011 hizo un discurso integrador que no ha cumplido y ha demostrado su escasa cintura negociadora. Erdogan ha polarizado el país con una agenda islamista que abarca desde el proyecto de contruir una gigantesca mezquita para 30.000 fieles, que domine la ciudad de Estambul, a la tolerancia del gobierno con el velo hasta la intromisión del Estado en la vida privada de los ciudadanos con leyes para prohibir la venta de alcohol o besarse en público.
A esto habría que añadir su objetivo de reformar unilateralmente la Constitución y crear un sistema presidencialista al estilo francés, que le permita perpetuarse en el poder hasta el año 2023, fecha del centenario de Ataturk, el padre de la Turquía moderna.
El modelo turco ha sido reivindicado por parte de los opositores a los regímenes dictatoriales que han caído en las revueltas árabes. Sin embargo, la agenda islamista oculta y el intento unilateral de modificar la Constitución del país hacen sospechar de las verdaderas intenciones de Erdogan
Hacia un régimen autoritario
Más que dar pasos hacia una democracia con verdadera separación de poderes parece que se dirige hacia un régimen autoritario parecido al de Rusia. Al menos es lo que se deduce de la arrogancia del primer ministro, que a su vuelta de la gira por el Magreb, en lugar de criticar la brutalidad policial acusa de terroristas a parte de los manifestantes de Taksim. Erdogan también manifestó que seguirá con sus planes para construir un centro comercial en la zona del parque Gezi, la espita que ha disparado las protestas.
El líder del AKP no parece escuchar las peticiones de una democracia con pesos y contrapesos que le exigen los manifestantes. Su postura chulesca puede derivar en que las protestas en su contra, que estarían entre el movimiento de los indignados y la Primavera turca, se acerquen peligrosamente hacia las revoluciones árabes.
Argumentos comienzan a no faltar. De momento, ya hay tres manifestantes y un policía muertos y más de 4.000 detenidos. La crisis representativa es manifiesta también en una oposición que no ha sido capaz de capitalizar la protesta: ni el partido Republicano del Pueblo de Kemal Kilicdaroglu ni el prokurdo Paz y Democracia, que negocia la paz entre PKK y gobierno, se han sumado o si lo han hecho han sido abucheados por los manifestantes. No hay un liderazgo claro ni un programa en este movimiento sino un profundo malestar contra el autoritarismo de corte populista de Erdogan y una petición de más democracia.
La fortuna personal de Erdogan
Como en las revueltas árabes, los cables de Wikileaks también juegan su papel al revelar que el líder del AKP y sus más cercanos habrían amasado una fortuna personal en el poder. En las filtraciones se citan los millones de dólares del primer ministro y sus 8 cuentas bancarias en Suiza. La explicación de Erdogan de que proceden de los regalos de boda de su hijo no es muy convincente. Además hay 13 casos de corrupción pendientes sobre el que fuera su teniente de alcalde en Estambul, que goza de inmunidad parlamentaria. Y pocos dudan de que el empeño personal del primer ministro islamista en la construcción del centro comercial tiene que ver con sus inversiones personales.
La meritocracia y la transparencia en la sociedad turca brillan por su ausencia. Conseguir un crédito para comprar una vivienda o montar un negocio requiere tener conexiones familiares o el apoyo de un partido político poderoso. Y la deuda de los hogares se ha incrementado en un 3.600% desde la llega al poder del AKP hace una década.
Las minorías en Turquía tampoco han contado con el beneplácito islamista. Los alevíes, que representan a un tercio de la población, no solo son discriminados sino también insultados al querer denominar al nuevo tercer puente sobre el Bósforo con el nombre de un sultán famoso por las matanzas a alevíes. Además, Erdogan parece dispuesto a intervenir en Siria en apoyo de los rebeldes suníes para derrocar a la clase dirigente aleví capitaneada por Bachar Al Assad que es de origen aleví; lo que podría abrir un conflicto religioso interno en Turquía.
Al igual que en la Primavera Árabe, las redes sociales han jugado un papel muy importante para ayudar a movilizar a los ciudadanos y para informarse ante la autocensura de numerosos medios de comunicación. El primer ministro no ha dudado en criticar a twitter como una amenaza.
De la UE a la OCS
Erdogan no parece ser el más capacitado para desactivar el grado de descontento social ni para emprender reformas hacia una democracia liberal y no hacia un autoritarismo con una economía de mercado de corte chino o ruso. El alejamiento de la UE se ha hecho patente en los últimos 5 años desde que Francia y Alemania abogaron por una relación privilegiada de la Unión Europea con Turquía en lugar de su integración como miembro de pleno derecho. Ankara busca alternativas y se ha convertido en miembro observador de la Organización de Cooperación de Shanghai, en la que están China, Rusia y varios países de Asia Central. Una organización de seguridad que también fomenta la cooperación económica y cultural.
Romper el estancamiento en el que está el proceso de adhesión a la UE ayudaría a que Turquía se acercase a la democracia liberal en lugar de hacia el populismo autoritario. Si no hay reformas, la indignación turca podría tener un efecto primavera árabe de consecuencias imprevisibles.
Miguel Ángel Benedicto es consultor de comunicación y políticas públicas. Ha trabajado durante seis años en las campañas de la Comisión Europea para el euro, la ampliación y la Carta Magna Europea. Dirigió la campaña Bus de la Constitución Europea galardonada con la Orden del Mérito Civil. Ha sido socio director de Facil Consultores y es profesor de Diplomacia Pública e Imagen Exterior en la UEM.
Texto originalmente publicado en www.gobernas.com
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