Marta Rived.- ¿Es fácil caer en el ridículo cuando adquieres el papel protagonista en una historia?
Adela Úcar.- No cuando lo que estás haciendo es algo de verdad. Cuando haces una parodia de ti mismo y exageras lo que estás viviendo puede ser que al final caigas en una forma de actuar que no resulta real. Al hacerlo puedes transmitir vulnerabilidad, puede darte pudor mostrarte como eres, pero no creo que el ridículo esté presente.
M.R.- ¿Ha peligrado su integridad física durante alguna grabación?
A.U.- Quiero hacer siempre un buen trabajo, pero mi seguridad e integridad están siempre por encima. No corro riesgos a la ligera. No es que haga cosas adrede para que me ocurran cosas graves y sean más impactantes las imágenes. Trabajamos en condiciones extremas, delicadas y aunque se cumplen una serie de parámetros de seguridad, pueden ocurrir imprevistos, como cuando me picó un escorpión en el vertedero de La Chureca. Si alguna vez he visto peligro real he frenado porque si no hubieran podido ocurrir cosas peores. Insisto en que el bienestar del equipo es lo más importante.
M.R.- ¿Cuándo ha dicho “hasta aquí hemos llegado” y ha parado de grabar?
A.U.- En situaciones en las que me he visto desbordada. Hay momentos en los que me gustaría parar y tener mi tiempo para recomponerme, pero si no mostrásemos los sentimientos que vivo en 21 días perderíamos una parte muy importante del trabajo. Queremos mostrar cómo afectan las historias al periodista. No hay que avergonzarse por llorar.
M.R.- ¿A qué tiene miedo?
A.U.- No soy una persona miedosa, soy sensata y no me gusta correr riesgos innecesarios. No sé si es miedo, pero sí es verdad que temo encontrarme con una situación en la que pierda el control o que mi vida se vea comprometida.
M.R.- Es concienzuda y perseverante, ¿es eso una virtud periodística?
A.U.- Me implico activamente en la historia, pero no soy la única. Hay muchas formas de implicarse, como buscar la verdad o no callarse ante los poderosos. Sí es verdad que soy cabezota. Me gusta terminar las cosas y hacerlas bien. En cada programa que tengo que cumplir un reto, me pongo a piñón.
M.R.- No solo es importante expresarse con palabras, también hay que saber hacerlo con la cara…
A.U.- Es uno de mis puntos fuertes, soy muy natural y me cuesta mucho ocultar lo que estoy sintiendo. Cuando algo me afecta de verdad, lo transmito tal cual. Puede que sea una ventaja para dar credibilidad al programa, aunque a mí muchas veces me hace sentirme vulnerable.
M.R.- En 21 días consigue captar situaciones personales muy íntimas que no se ven comprometidas por la presencia de una cámara…
A.U.- Llegan gracias a que convivo con las personas y, con el paso del tiempo, se olvidan de que eres periodista y te toman como un miembro más de la familia. Se olvidan de la cámara, y no piensan: “que se vaya esta tía que tengo que decirles algo a mis hijos”.
M.R.- ¿Cómo le afectan este tipo de historias?
A.U.- Pasas con ellos muchas horas y cuando se producen escenas extremas es obvio que el componente emocional se agrava y me afecta mucho más que si no les conociera de nada.
M.R.- ¿Se llega a olvidar de que vive 21 días con una cámara siempre detrás?
A.U.- Llega un punto en el que me olvido de que la cámara está ahí. El objetivo no condiciona mi comportamiento en la mayoría de ocasiones, en ocasiones puntuales sí, y me fastidia que haya una cámara grabándolo todo, pero es el plus del programa.
M.R.- ¿Es importante captar imágenes impactantes durante la grabación?
A.U.- Lo que se muestra está al servicio del mensaje, son importantes si están al servicio de la noticia. Ver una secuencia de algo sobrecogedor produce un sentimiento visceral primario, te deja trastocado dos horas, pero cuando el efecto se acaba, el mensaje no perdura. Hay que ir más allá y hacer que el espectador conozca las causas y puede que alguien se anime a tomar cartas en el asunto o ayude a cambiar de mentalidad.
M.R.- ¿Qué reportaje de todos los que ha grabado le ha impresionado más?
A.U.- El del vertedero de La Chureca. Fue mi primera experiencia en este formato. 21 días en el vertedero fue una batidora de todos los problemas sociales, de seguridad, económicos, de salubridad… Había muchísima violencia, droga a porrón, robos, niños abandonados, maltrato de mujeres, violaciones, alcoholismo….y, a pesar de que ya había estado antes grabando en países muy pobres, no lo había vivido desde cerca, conociendo a las familias. Me dejó sobrecogida.
M.R.- A qué le queda más cuerda, ¿a Adela Úcar o a 21 días?
A.U.- A mí. Yo sigo disfrutando del programa y mi motivación es seguir aprendiendo como periodista porque cada vez que me enfrento a un nuevo tema aprendo cientos de cosas nuevas. Mientras mi proyecto de vida personal sea compatible con lo que estoy haciendo, continuaré a tope.
M.R.- ¿Qué piensa su familia de su precoz audacia?
A.U.- Mi familia es tradicional, no son muy transgresores. De repente salió la niña con que quería ser actriz y luego periodista, y eso les pareció una locura. Cuando me fui a estudiar el máster a Australia les pareció delirante, que qué iba a aprender esta niña en el otro lado del mundo que no pudiera aprender aquí. Afortunadamente, conforme iba dando pasos se fueron convenciendo de que todo esto podía llegar a buen puerto y que la niña parecía tener más razón de lo que parecía.
M.R.- ¿A qué tema se negarías rotundamente?
A.U.- Nunca he sido de tomar drogas y no querría hacerlo. El de los porros ya está hecho, pero sí que podría atreverme.
M.R.- ¿Se has quedado con vicios después de las experiencias del programa?
A.U.- Ha habido ocasiones en las que, inmediatamente después de acabar, los médicos han mostrado preocupación por mi salud, como fue el caso de la ludopatía, pero al llegar a mi casa he seguido siendo la misma persona y los problemas puntuales no han tenido más recorrido.
M.R.- Es de las pocas valientes que salen en televisión sin maquillaje…
A.U.- Me lo dicen mucho, cuando estoy con otras periodistas que pertenecen a otro estilo de programa me transmiten su pudor a no salir siempre perfectas. Yo en cambio salgo de cualquier manera, es una ventaja porque así nunca me pillarán desprevenida las revistas del corazón. Eso sí, cuando tengo tiempo me maquillo y me pongo guapa porque soy muy coqueta, pero durante el programa hay mucho trabajo y dormimos poco, no tengo tiempo de arreglarme. Al verme en la tele me asusto de lo fea que salgo, pero qué le voy a hacer.
M.R.- ¿Es cierto que no hay mejor trabajo que un programa de viajes?
A.U.- Se vive bien si te gusta la marcha. Este tipo de vida lo disfrutas muchísimo pero implica un sacrificio enorme. No obstante, ya no se viaja a hotelazos. Son muchos kilómetros en coche, hoteles modestos y la jornada de ocho horas no existe, aunque creo que es parte del encanto de este trabajo.
M.R.- Tendrá la casa llena de figuritas de recuerdo de los países que has visitado…
A.U.- De todos los viajes traigo una cosa bastante hortera que me da vergüenza reconocer…un adorno para el árbol de Navidad. Tengo un Papa Noel abrazado a una Torre Eiffel, otro sobre una tabla de surf que traje de Hawái y muchas veces, aunque no sean para el árbol, los cuelgo igual.
M.R.- Será una experta en hacer maletas…
A.U.- Es mi asignatura pendiente. Llevo mucha ropa que no me puedo poner, repleta de “por si acaso”. A veces recorremos media España y donde pensabas que iba a hacer calor hace frío y viceversa, es un lío.
Informa: Marta Rived, alumna de 2º de Periodismo de la Universidad San Jorge
Artículo publicado en Heraldo de Aragón
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