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La mente de los niños y la COVID-19, ¿más o menos vulnerable?

Por Alfonso Bona

Por todos es conocido el hecho de que son múltiples las patologías relacionadas con la salud mental derivadas de la grave incidencia que la COVID-19 ha tenido en nuestras vidas. Tanto el aspecto sanitario en sí mismo – aquel que engloba cualquier tipo de afecciones físicas, así como consecuencias mentales derivadas de las mismas – como el resto (laboral, económico, social…) se han visto poderosamente modificados a causa de la pandemia que desde marzo de 2020 se ha instalado entre nosotros.

En muchas ocasiones, resulta más sencillo averiguar el tipo de patologías derivadas de estas situaciones que son padecidas por adultos. Esto se debe, principalmente, a las mayores capacidades de expresión de sus sentimientos que las experiencias de la vida les han dado. La maltrecha economía o la difícil situación laboral son algunas de las principales causantes de patologías a nivel mental en muchos adultos. Sin embargo, bien ha de ser tenida en cuenta la salud mental de nuestros niños. Pues, al fin y al cabo, serán ellos los adultos encargados de guiar el futuro de nuestra sociedad el día de mañana.

Una de las patologías que han aparecido con mayor fuerza entre los más pequeños es aquella denominada como «agorafobia»

Los niños, aunque en ocasiones pueda parecer lo contrario, también son vulnerables a este tipo de situaciones. Carmen Modrego, enfermera pediátrica en el centro de salud Casablanca, asegura que a los niños en edad escolar les está afectando psicológicamente lo que está ocurriendo: «A los que han iniciado en septiembre la escolarización, como no tienen el contacto de antes, les está costando». La enfermera incide en determinados problemas que derivan del uso del lenguaje, el cual es crucial en estas edades formativas: «Son niños pequeños que están viendo, salvo en su casa, a todo el mundo con mascarilla. Y eso se nota en el lenguaje. A nivel emocional, hemos tenido casos de niños más mayores a los que, por problemas de miedo, hemos tenido que derivar a psicología».

Una de las patologías que han aparecido con mayor fuerza entre los más pequeños es aquella denominada como «agorafobia», que corresponde a la fobia a los espacios abiertos. El Colectivo de Afectados por el Pánico y la Agorafobia (Capaz) de Zaragoza ha llevado a cabo una intensa labor con menores desde el inicio de la pandemia, según recoge un reportaje de M. Usán para Heraldo de Aragón. Pese a que este es un trastorno que originalmente se descubre en personas adultas, está comenzando a verse en niños.

Isabel Fraile, terapeuta y presidenta de Capaz, explica que muchas de las personas que originalmente padecen trastornos del pánico terminan por derivar su patología sufriendo agorafobia. Además, incide para Heraldo de Aragón en la gravedad con la que la pandemia ha afectado sobre esta casuística: «Durante el confinamiento, las personas agorafóbicas han visto generalizadas sus experiencias de encierro y se alegran, no con mala intención, de poder ser comprendidas. Saben muy bien lo que es tener que autoconfinarse y ver limitados sus movimientos».

Pese a que sería lo ideal, este tipo de patologías no se quedan ahí. Cristina Equiza, psicóloga clínica, afirma que existen sintomatologías en los niños que en otros momentos han pasado desapercibidas y que, ahora que los padres pasan más tiempo con ellos, ha salido a la luz: «Los padres no eran conscientes de que en la convivencia se generaban una serie de respuestas que no eran normales o beneficiosas. También ocurre que determinados niños no responden bien a situaciones válidas evolutivamente hablando para un mejor desarrollo, lo que está derivado en muchas ocasiones de que no se les ha explicado correctamente qué es lo que está pasando». La psicóloga asegura que muchos niños sienten una gran frustración por sentirse impotentes a toda esta situación, lo que genera situaciones de estrés y ansiedad.

Pese a que, en líneas generales, cada vez se tiene más en cuenta la importancia de la salud mental tanto en las edades adultas como en los más pequeños, todavía queda un largo camino por recorrer hasta llegar al punto en el que se normalice el recurso psicológico como una ayuda necesaria y alentadora. Mientras tanto, tendremos que seguir velando porque nuestros pequeños crezcan en los ambientes más propicios posibles y, en caso de que esto no sea siempre posible, lidiar con los problemas que vayan surgiendo desde las perspectivas más humanas y consideradas posibles. Al fin y al cabo, ellos serán los encargados de luchar el día de mañana contra las dificultades que asolan a los adultos a día de hoy.

Universidad San Jorge