Reportajes

Cuando el pueblo ayuda al pueblo

Voluntarios y vecinos ayudan a despejar los escombros de un local en Catarroja | Vía: S. Pueyo

Bryan es un vecino de Catarroja, Valencia. Tenía su local preparado para abrir su nueva peluquería cuando el agua arrasó con todas las cosas que tenía dentro. Afortunadamente, él no se encontraba dentro cuando ocurrió todo. Mientras estaba limpiando, un grupo de voluntarios pasó cerca y al verlo solo, se unieron para trabajar sin descanso y retirar todos los escombros y el fango que había dentro. Aún con todo el trabajo que han realizado, pocas cosas va a poder salvar después de la catástrofe.

La misma situación que vive Bryan es la que viven muchos de los vecinos, no solo de Catarroja, también de Alfafar, Paiporta, Benetússer, Massanassa y otros pueblos afectados por la DANA en la provincia de Valencia. Las lluvias torrenciales saturaron los barrancos y los ríos hasta desbordarse, causando una inundación masiva en todos los pueblos colindantes. Hasta el día de hoy, se considera una de las peores catástrofes hidrológicas de España y ya se ha cobrado 217 vidas, además de 78 personas que continúan desaparecidas.

Aquellos que han conseguido salvar la vida no han salido intactos de la debacle. Han visto como todo el trabajo de una vida se iba por la borda en tan solo 15 minutos. Locales, garajes, casas, coches, electrodomésticos. El agua arrasó con todo a su paso. Tras una semana de limpieza, los escombros se acumulan en la carretera, el lodo cubre la calles y los coches se apilan unos encima de otros como si fuesen desguaces. Pero aún con todo lo que han perdido, los vecinos no se rinden y trabajan codo con codo para volver cuanto a antes a una normalidad que nunca volverá a ser la misma.

Zona cero, esperanza en alza

Desde el 29 de octubre, en Catarroja nadie ha parado de trabajar. Las calles del pueblo son un campo de trabajo, pero parecen el campo de una guerra. Los vecinos aúnan fuerzas en una misión conjunta por recuperar su pueblo y sus vidas, pero las tareas se acumulan, son costosas y no pueden hacerlo solos. Necesitan gente dispuesta a ayudarles. Gente que pueda limpiar lodo durante horas y recoger escombros que parecen interminables. Requieren personas que entren al pueblo con útiles y herramientas, que hagan viajes desde los puntos de recogida y lo lleven a los locales, a los garajes y a las casas. Patrullas de voluntarios que lleven comida a los puntos más inaccesibles en los que hay personas mayores que no pueden salir de sus casas. Estas personas también necesitan medicinas y cuidados sanitarios. Necesitan toda la ayuda posible, porque la que tenía que llegar, llegó tarde.

Una patrulla de voluntarios se dirige hacia un nuevo punto de limpieza en Benetússer | Vía: S. Pueyo

Dado que el acceso se ha restringido a gran parte de los vehículos que no son residentes, para llegar hasta Catarroja hay que caminar cerca de una hora. Hay pueblos aun más lejanos, a casi 2 horas desde Valencia centro, algo que parece imposible de caminar si llevas palas, escobas o bolsas cargadas de útiles. A veces, la voluntad humana puede llegar sorprender. La carretera principal que conecta todos los pueblos se ha convertido en un peregrinaje de voluntarios no solo de Valencia, sino de toda España. Dejan su coche aparcado cerca del cordón policial, en la zona sur de Valencia, y desde ahí emprenden la ruta a pie, en bicicleta o en moto. Algunos lo hacen solos, otros en grupos. Muchos llevan carros llenos de productos de primera necesidad, otros simplemente llevan herramientas. Todos van equipados con botas de agua, monos de trabajo, algunos llevan bolsas de basura que les cubren hasta las rodillas. También portan guantes de trabajo o de látex. Algunos llevan mascarilla, otros no. Lo único que tienen todos en común son las ganas de ayudar.

Luego llega la primera impresión, la zona cero. Un choque de realidad donde todo parece un decorado. Pilas de coches, árboles derrumbados, barricadas de escombros y pantanos de lodo. Y entre todo el caos también hay armonía. Hay grupos sacando el barro con las escobas, otros filtran el agua de los garajes con bombas hidráulicas. Patrullas de voluntarios preguntando que necesita la gente que hay asomada en los balcones, para después subirles comida, útiles de aseo o medicinas. Muchos piden ayuda con el fango, otros dicen que están bien. Algunos rompen a llorar de agradecimiento y luego siguen.

Los vecinos sacan el agua de los garajes con cubos y bombas hidráulicas | Vía: S. Pueyo

Más alejados de las zonas de trabajo se encuentran los puntos de suministro. Se trata de carpas donde voluntarios, por libre o pertenecientes a fundaciones, recopilan todo aquello que les traen de fuera. Cualquiera que llega de la ciudad puede acercarse a estos puntos y hacer sus donaciones. Sobre todo, solicitan productos tan básicos como papel higiénico, toallitas húmedas, agua, pañales, útiles de aseo, productos de limpieza, prendas de ropa o de protección, herramientas de trabajo, cubos, palanganas, entre muchos otros. Cualquier cosa sirve. El simple hecho de saber que eso va a facilitar el trabajo a quienes pasan horas entre el fango o beneficiará a aquellas personas que lo han perdido todo, no tiene precio.

Más adelante, enfrente del ayuntamiento del pueblo se reúnen todos. A la hora de comer, muchos voluntarios preparan comida para miles de personas. El martes, Said y su familia preparaban rollos para todo el mundo. El próximo día serán otros, y así durante toda la semana. Y no solo ellos, hay muchos puestos que ofrecen comida caliente, bocadillos, agua o refrescos. Un rato en el que los vecinos, los voluntarios y los trabajadores de los servicios de emergencia pueden descansar y evadirse un poco de la realidad que los rodea.

Said y su familia preparan tacos franceses con carne picada arroz y patata | Vía: S. Pueyo

Al final del día llega el momento más duro. Cuando todos los voluntarios se van a su casa y los afectados viven su realidad. Una soledad que, aunque está atemperada por la calidez de la ayuda, es más que notable y ha cambiado sus vidas para siempre.

Jugándose la vida

Los voluntarios no fueron los únicos que llegaron por la carretera principal. Antes lo hicieron los servicios de emergencia. Cada día llegan más unidades de policía, ambulancias, bomberos de todos los puntos de España y ahora militares. Se distribuyen por las calles y organizan el trabajo. Lo más peligroso lo hacen ellos. Hay miles de garajes inundados, esperando a que alguien entre y los revise. Las sirenas suenan constantemente. Se movilizan a todos los puntos del pueblo para cubrir cualquier emergencia, luego vuelven y siguen con el trabajo. La policía se encarga de coordinar el trabajo, controlar que los voluntarios estén seguros y no haya ningún altercado. Sin la labor de todos estos trabajadores, el día a día sería un caos, y aun con todo ello, sigue haciendo falta muchos efectivos.

Varias unidades de bomberos forestales se movilizan desde Aragón hasta Catarroja | Vía: S. Pueyo

Los coches apilados y los escombros son uno de los principales problemas que impiden que el trabajo sea fluido. Las excavadoras se distribuyen por las calles más afectadas y barren los escombros apilándolos en montones a los lados. De esta forma, los voluntarios y los vecinos pueden limpiar los accesos a las casas y a los garajes. Las grúas también funciona del mismo modo, moviendo los coches a terrenos baldíos convertidos en “cementerios de coches”.

La UME, una de las primeras unidades de emergencia en llegar, prestó apoyo desde las primeras 48 horas. Con maquinaria pesada, ayudan en la limpieza, el rescate y la asistencia sanitaria. Sin embargo, a pesar de que están llegando cientos de efectivos y miles de militares están dispuestos a acudir, los vecinos no dejan de preguntarse por qué la ayuda llegó tan tarde. Saben que con una mejor organización, se podrían haber salvado muchas más vidas. Esta es una pregunta que seguirá pesando en la conciencia de quienes coordinaron la respuesta.

Resiliencia en la tragedia

Muchos de estos vecinos han perdido familiares. Se preguntan cómo van a salir adelante y entre lágrimas, prefieren que se los hubieran llevado a ellos. Hay quienes han perdido su casa y no tienen donde vivir. Se alojan en refugios y viven en la calle. Otros han visto como su trabajo desaparecía y no saben de que van a vivir. Todos han perdido algo, y aun con todo, han decidido salir adelante. Su elección ha sido continuar y van a hacerlo cueste lo que cueste.

Los daños de la DANA costarán años de reparaciones e inversión del gobierno | Vía: S. Pueyo

Uno puede pensar que tiene que quedarse, que no debe implicarse. Pero el corazón empuja en otra dirección: ir y ayudar. Ver esta realidad de cerca y entender que no es tan lejana como parece desde la pantalla de un televisor es algo que transforma. La solidaridad es un valor que emerge solo cuando es real. Nos define como seres humanos. La tenacidad, la empatía y el deseo de ayudar impulsan a miles a acercarse a Valencia, porque saben que sus vecinos los necesitan y que, en su lugar, ellos querrían recibir lo mismo. Esa voluntad es imparable. Porque cuando el pueblo ayuda al pueblo, la vida cobra otro sentido y la esperanza prevalece.

Acerca del autor

Sergio Pueyo

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