Javier apenas tiene 11 años pero ya conoce la crudeza de sus compañeros de clase. Son las ocho de la mañana. Remueve con desgana su desayuno. No tiene hambre. Un agujero negro en su estómago absorbe su energía. Tiene ganas de vomitar, miedo, escalofríos. Sudor. Vierte la leche en el fregadero. Prefiere no comentarlo con sus padres para “no preocuparles”. Coge su mochila y sale de casa cabizbajo. Le espera una jornada escolar repleta de insultos, agresiones, mofas… Javier es una víctima de acoso escolar.
Texto y foto por Rebeca Oliva.
Cada día se hacen más sonados los numerosos casos de bullying en los medios de comunicación de nuestro país. Se trata de un problema creciente en las aulas que consiste en un maltrato psicológico, verbal o físico, producido entre escolares de forma reiterada a lo largo de un tiempo determinado. Según el estudio realizado en “U Report”, por UNICEF, revela que dos de cada diez niños sufre acoso escolar y un tercio de ellos considera el acoso como algo normal o merecido. La edad media oscila entre los 11 y los 13 años y tanto chicos como chicas lo sufren por igual. En nuestro país, según los datos del Ministerio de Educación, existe un 4% de casos denunciados de acoso escolar.
La gran mayoría de los casos están invisibilizados. Según el informe “Acoso escolar y ciberacoso”, realizado por Save the Children, muchos se encuentran sumidos en una espiral del silencio en el que espectadores, víctimas y acosadores no denuncian la situación debido a un esquema dominio-sumisión en el que el agresor ejerce un gran control sobre las víctimas y los espectadores a causa del miedo.
Theresa Kilbane, experta en protección infantil de UNICEF, destaca la importancia de formar a profesores, padres y tutores con el objetivo de saber proteger y enseñar a responder tanto a víctimas como a espectadores. Con una adecuada actuación, la espiral del silencio podría romperse, de tal forma que el caso de acoso saliera a la luz y fuera debidamente denunciado y erradicado.
«Te acuchillaré y veré cómo te desangras»
En 2015, en Bilbao, un joven de 16 años fue denunciado por acosar y amenazar a una compañera.»Te acuchillaré y veré cómo te desangras», redactaba el menor a la alumna, sin embargo, eso era solo la punta de un gran iceberg.
A las amenazas (que llevaban produciéndose desde hacía más de un año) se sumaban continuas notas que describían como el adolescente desmembraría a la joven acosada, cuadernos repletos de insultos y objetos punzantes distribuidos por la mesa de la adolescente para herirle. El acosador era conocido como “el chinchetas” dado que clavaba las sentenciadoras notas con chinchetas sobre el pupitre.
El caso no fue denunciado hasta que el docente pudo ver cómo el agresor escribía insultos dirigidos a la menor en la pizarra de clase. Este caso se vio afectado por una espiral del silencio en el que ni compañeros ni agredida supieron cómo alzar la voz debidamente para poner freno a la situación.
El objetivo mayoritario del acoso escolar es la búsqueda de someter y asustar a las víctimas, las que, amedrentadas, prefieren no contárselo a nadie puesto se sienten culpables de la situación. El tipo de violencia que predomina es la emocional. Según el informe “Acoso escolar y cibercacoso” de Save the Children las características que permiten principalmente diferenciar un caso de acoso escolar son la intencionalidad por parte del agresor, la repetición en el tiempo y el desequilibrio de poder.
Los insultos, las marginaciones, los golpes, las burlas… todo ello deja graves secuelas en los menores. De acuerdo al estudio que realizó The Lancest Psychiatry se muestra que las víctimas de acoso escolar son más susceptibles de padecer problemas de salud mental (así como depresión, auto-lesiones y tendencias suicidas) que un adulto. La vicepresidenta del Observatorio Internacional de la Violencia Escolar, Rosario Ortega, reveló que sufrir acoso por parte de compañeros de clase supone un aumento del desequilibrio en la salud mental del acosado, así como un desgaste de la personalidad del sujeto. Ortega concluye asegurando que «debemos asumir que un niño no puede ni debe acosar, maltratar o abusar a otro. Hay que formar bien a los maestros y a los padres. El bullying no es una cosa de niños, es muy dañino y sigue siendo muy frecuente».
«No aguanto ir más al colegio y no hay otra manera de no ir»
Javier llega a clase con pasos pesados. Sus manos están impregnadas de un sudor frío y su garganta crea un nudo cada vez más y más grande que le ahoga. Trata de ocultarlo como puede, no quiere mostrarse débil. Sabe que ellos le están viendo. Han llegado antes. Siente cómo sus miradas se clavan en su nuca. Parecen perros de presa dispuestos a atacar en cualquier instante. Coloca cuidadosamente todo el material escolar encima de su pupitre tratando de hacer el menor ruido posible. Teme que un paso en falso pueda alertar de sus acciones a sus agresores. Pero es demasiado tarde. Ellos ya se están acercando.
Existen diferentes tipos de acoso escolar. En ocasiones puede darse un tipo de acoso de forma aislada, pero en la mayoría de los casos suelen compaginarse y el niño es víctima de varios tipos de bullying. Según la página web Depsicología, en su artículo “Bullying o acoso escolar”, hay varias clasificaciones:
- Físico: consiste en propinar patadas, puñetazos, mordiscos, empujones o agresiones con objetos. Está más presente entre los cinco y doce años.
- Verbal: busca principalmente asociar motes, insultos, menosprecios o resaltar defectos físicos del acosado, todo ello delante de un público. En ocasiones se puede apoyar del uso del móvil para intimidar. Se graba y fotografía a la víctima mientras se produce el acoso con el objetivo de ridiculizarle. En algunas ocasiones, el contenido se sube a la red para exponer a la víctima y humillarla.
- Psicológico: merman la autoestima de la víctima y propician su sensación de miedo y culpabilidad. Es una de las principales causas por las que se produce la espiral del silencio puesto que el acosado se siente culpable de su situación.
- Social: se busca el aislamiento de la víctima de los compañeros.
Uno de los casos más graves de acoso escolar en nuestro país se produjo en el mes de enero de 2016 en Leganés, Madrid. Diego, un niño de 11 años, decidió que el suicidio era la única vía de escape para frenar el acoso que sufría en clase. «No aguanto ir al colegio y no hay otra manera de no ir», sentenciaba en una nota que dejó a sus padres, instantes antes de suicidarse.
Según Save the Children en su estudio “Acoso escolar y ciberacoso”, los principales síntomas que presentan las víctimas que sufren acoso son: sentimientos de ira y frustración, nerviosismo, irritabilidad, trastornos del sueño estrés, miedo o baja autoestima. Si el acoso se prolonga repetidamente en el tiempo pueden aparecer síntomas de ansiedad, depresión e incluso ideación suicida. Según la investigadora Tonja Nasel, perteneciente a la asociación National Institute of Child Heald and Human Development, asegura que la gran mayoría de víctimas que sufren acoso escolar pierden el interés por el colegio y por su rendimiento académico.
«Espero que algún día podáis odiarme un poquito menos», finalizó Diego refiriéndose a sus padres.
«No te asustes, han pegado a tu hija, pero yo la veo bien».
En 2016, en el mes de octubre, una niña de ocho años fue hospitalizada a causa de una paliza realizada por doce compañeros de clase. La niña había tomado una pelota con la que estaban jugando sus compañeros y ellos la inmovilizaron en el suelo comenzando a propinarle patadas por todo el cuerpo.
«No te asustes, ha habido una trifulca en el patio y han pegado a tu hija. Pero yo la veo bien», tranquilizó la docente a los padres, quien se encargó de avisarles de lo ocurrido. Horas después la niña ingresaba en un centro hospitalario con un desprendimiento de riñón, fisura de costillas y contusiones en el pie y el codo.
La familia aseguró que no era la primera vez que la menor sufría acoso escolar, pero que el caso no había recibido la atención que precisaba. «Muchas veces la insultaban. Hemos pedido explicaciones a la dirección pero todo sigue igual», declaraba la familia de la menor.
Todo parece un protocolo en el que Javier está obligado a participar. Los acosadores, tres chavales de su misma clase, le saludan burlonamente:»¿Por qué no respondes? ¿Es que te ha comido la lengua el gato?». Javier siente impotencia. El miedo le arranca las palabras de su garganta. Uno de ellos le agarra con fuerza la barbilla y le obliga a sostener la mirada. Tiene los ojos inyectados en ira. Rojos. «¿Tú me escuchas cuando te hablo?», el acosador eleva la voz. Javier solo consigue tartamudear un tímido “sí”. Busca la mirada desesperado en alguno de sus compañeros de clase que van llegando poco a poco conforme se acercan las nueve de la mañana. Pero todos parecen ignorar lo que está sucediendo. Se siente invisible, minúsculo. Irrelevante.
Según el estudio “Yo a eso no juego”, realizado en España por Save The Children, la mayor parte del acoso se produce con insultos directos (con un 22,6%). Un 14,6% del acoso incluye la difusión de falsos rumores en torno a la víctima, en el cual se involucra en gran medida a otros compañeros de clase para que participen en las mofas. En menor medida se producen robos (6,1%), golpes físicos (6,3%), exclusión social del resto de compañeros (8,4%) y amenazas (5,7%).
Así mismo, Save the Children denuncia que el acoso escolar no se trata de “chiquilladas” ni juegos entre niños y niñas que deban tolerarse por el hecho de que siempre han existido. «No estamos ante un tema menor, sino ante una vulneración grave de los derechos de los niños y niñas que requiere respuestas de protección de los poderes públicos», denuncia en su mismo estudio Save the Children.
El miedo a ser identificados, la vergüenza y estigmatización de ser un acosado hace que el tema continúe siendo un tabú para una gran parte de la sociedad. Es el peso que las personas que han sufrido acoso escolar arrastran a lo largo de su vida.
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