A las diez en punto de la noche, la «Campana de los Perdidos» vuelve a sonar desde la iglesia de San Miguel de los Navarros, igual que lo hacía hace siglos para guiar a quienes regresaban del campo. Hoy, sin embargo, esa campana ilumina un barrio que vive su propia búsqueda: conservar su esencia mientras la hostelería, las obras y el turismo avanzan sin pausa.
Por las mañanas, cuando los comerciantes levantan la persiana, San Miguel se despierta entre contrastes. Los bares preparan sus terrazas, los trabajadores de las obras ocupan la plaza y los primeros clientes del día entran en locales que llevan abiertos décadas. El barrio mezcla historia, incertidumbre y una vida vecinal que todavía se resiste a desaparecer.
Comercios que cuentan la historia del barrio
Las entrevistas revelan un sentimiento común: San Miguel está cambiando, pero aún conserva un pulso muy propio.
En Linacero, uno de los espacios más simbólicos del barrio, su dueño recuerda con claridad cómo era la zona antes de convertirse en un eje hostelero. Linacero fue durante décadas la tienda de discos más veterana de Zaragoza. Hoy funciona como bar-hamburguesería ambientado en los años 80 y 90, pero mantiene vivo ese espíritu musical que acompañó a generaciones.

Luis Linacero, el propietario, recuerda con nostalgia: “Aquí había comercios de recambios de automóvil, floristerías, tiendas muy diversas… Ahora son casi todo bares”. Y añade: “La calle San Miguel siempre tuvo un carácter popular. Estamos entre el alto standing de la Plaza de los Sitios y la parte más obrera del Coso y la Magdalena. Ese equilibrio es lo que la hace única”.
Ese equilibrio empieza a resquebrajarse.
Un ejemplo de la resistencia del comercio clásico es el Supermercado del Hogar, un bazar que lleva 54 años abierto y que hoy es uno de los últimos supervivientes de su género en Zaragoza. Relojes Casio, utensilios de cocina, pilas, transistores… Un catálogo que parece detenido en el tiempo y que muchos vecinos siguen prefiriendo frente a las grandes superficies.

“Estando en un barrio del centro, sigue siendo un barrio muy barrio”, afirma su encargado. “Los clientes son los de siempre. Pero desde la crisis de 2008 hasta ahora, muchos comercios como el nuestro han ido cayendo y, más aún, después de la pandemia”, explica.
La nostalgia de lo que fue se mezcla con nuevas propuestas, algunas más recientes pero ya integradas en la identidad del barrio. En el Mercado de San Miguel, por ejemplo, conviven puestos tradicionales con negocios gastronómicos modernos. Es un espacio que resume bien el espíritu del barrio: tradición reinventada.
Otros nombres propios completan la geografía sentimental de la zona. La Floristería Los Sitios, con su estilo particular en ramos y composiciones, lleva años siendo referencia para los vecinos. Y el Bar Circo, famoso en toda Zaragoza por su tortilla de patata, ocupa el lugar donde una vez estuvo el Teatro Circo, inaugurado en 1887 y demolido en 1962. Desde 1981, el bar mantiene viva parte de ese legado cultural sin necesidad de escenario.
También hay historias que llegan a su fin. Nubia, un local de artesanía del mundo con casi 40 años de trayectoria, cerrará este 21 de junio. Es uno de esos comercios que formaban parte del paisaje y cuya ausencia deja un hueco difícil de llenar.
En el ámbito de la moda, Rafaella fue durante décadas una tienda de referencia. Su propietaria, Rafaela Nuez, se jubiló en 2024 tras 45 años dedicada a vestir a generaciones de mujeres del barrio.
Finalmente, destacan iniciativas más recientes pero muy ligadas a los valores del barrio, como Zrift Shop, una tienda basada en la economía circular donde toda la ropa procede de donaciones. O La Zarola, un espacio gastronómico de cursos de cocina que fomenta el encuentro entre vecinos.
Todos ellos componen un ecosistema comercial que habla del pasado, del presente y —si resisten— del futuro de San Miguel.
Un barrio atrapado entre reformas y turismo
Entre estos comercios emblemáticos, la preocupación es la misma: las obras y el turismo están redefiniendo el barrio demasiado rápido.
La propietaria de La Botica del Café y el Té, abierta desde hace 17 años en la plaza, lo explica con claridad: “La reforma de la calle le ha costado la vida a 15 locales. Y ahora la plaza estará en obras al menos dos años… dos Navidades perdidas”.
El nuevo proyecto contempla nuevas zonas de carga y descarga, tras las reivindicaciones de los vecinos a través de una plataforma activa que ellos mismos crearon. Además, solicitaron una revisión del plan urbanístico, evitar que se reduzcan los carriles y, sobre todo, impedir que las obras afecten de nuevo a la campaña navideña.
A esta incertidumbre se suma el aumento de pisos turísticos y la llegada de jóvenes estudiantes extranjeros atraídos por su ubicación céntrica. Esto ha supuesto la transformación de lo que antes era un barrio eminentemente familiar.
Una frase resume bien el temor general: “Las ciudades que se regeneran pero no se viven… mueren”.
Recientemente, otra noticia ha causado revuelo: la edificación de pisos de lujo en el antiguo espacio de Garajes Aragón. Sin duda, un barrio con muchos cambios últimamente que algunos califican como inversión y otros como invasión.

El San Miguel que resiste
San Miguel está hoy en un momento clave. El barrio, históricamente vinculado a una vida comercial muy diversa, ha visto en los últimos años una transformación marcada por la hostelería, las reformas urbanas y el aumento de pisos turísticos. Lo que antes era un espacio claramente familiar ahora se mezcla con estudiantes extranjeros y visitantes de paso, cambiando poco a poco su perfil social.
El barrio puede definirse como un ecuador: se encuentra entre una zona de más estatus social y otra más obrera. Así, San Miguel es una mezcla de ambas, con clientes de todo tipo, algo que, sin duda, enriquece el barrio, favorece la pluralidad y lo convierte en un lugar de encuentro. Esto es, precisamente, lo que hace que siga siendo un barrio vivo y con personalidad.
Los comercios de larga trayectoria — como El Caballo Blanco, la Floristería Los Sitios, La Botica del Café y el Té o el histórico bazar— son hoy un símbolo de resistencia. Representan décadas de dedicación, de clientes habituales y de un tejido social que aún se mantiene gracias a ellos.
El futuro, sin embargo, llega con desafíos: las obras previstas para los próximos seis meses en la plaza y nueve meses en el Coso, la tendencia hostelera y la presión turística generan incertidumbre entre quienes llevan toda la vida en el barrio. Aun así, muchos insisten en que San Miguel conserva algo que no tienen otras zonas del centro: vida de barrio y un ambiente mucho menos frenético que el del resto del centro.
Entre cambios y obras, el barrio sigue latiendo. Y mientras cada noche suena la «Campana de los Perdidos», los vecinos y comerciantes continúan defendiendo lo que siempre ha hecho especial a San Miguel: su historia, su mezcla de gentes y su capacidad para mantenerse en pie.



















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