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El precio de la libertad

Julián Ángel Herrezuelo, a sus 46 años, se adentra cada cinco días en el túnel de Somport para realizar su tarea como bombero. Rutina que le acompaña desde que se inició en el oficio hace tres años, fecha en la que decidió volver a disfrutar de su vida. Se siente un alma libre, para él la felicidad no está enfrascada en un trabajo fijo y bien remunerado, sino que tal y como afirma: “Todo lo cotidiano poco a poco va desgastándote hasta que te das cuenta de que vives anclado en la rutina. Hay que cambiar”.

El pasado lunes 25 de marzo, tras un buen madrugón y hora y media de coche con la música lo suficientemente alta como para despistar mi sueño, llegué a Jaca. Su hogar desde hace doce años, fecha en la que dejó su pueblo natal, Canfranc, situado a tan solo veinte minutos de la ciudad.

Arribé a su casa con el coche. Me dispuse a tocar el timbre de la vivienda número 15 de la calle Pico Marboré.

-Hola Julián o Julián Ángel, soy Nicolás y vengo para complicarte el día más si cabe- le dije dejando a un lado mi vergüenza.

-Hola Nicolás o Nico, pensaba que me ibas a hacer la jornada más amena, pero aguantaré- me respondió entre risas.

Ambos nos dirigimos hacia el salón, algo desordenado y decorado con cuadros de montañas. En la mesa principal, un desayuno resaltaba por encima de todo. No le faltaba de nada y, tras hora y media de coche, me provocó un efecto hipnótico que no pude disuadir.

-¿Quieres algo de comer Nico?- me dijo Julián en un tono jocoso al verme mirando el desayuno con ese ahínco.

– No gracias, estoy bien- contesté por educación.

Tras ese incómodo momento, decidí tomar las riendas de la situación. Me lancé a la piscina preguntándole sobre el horario de su trabajo, que me tenía algo intrigado ya que era por ese motivo que yo había tenido que subir tan temprano. Mientras él se comía los cereales, la tostada y se bebía el zumo a una velocidad pasmosa, me explicó que tiene un trabajo intensivo. Faena cinco días las veinticuatro horas seguidas (doce presenciales y doce de guardia) y descansa otros cinco.

-¿Ahora entiendes por qué te dije que subieras tan pronto?, entro temprano a trabajar y salgo muy tarde- me explicó.

Una vez acabado el desayuno, tomándose las confianzas necesarias, Julián comenzó a andar por la casa. Mientras, yo lo seguía con la grabadora. Me comentaba a qué hora tenía que entrar a trabajar, a las diez, y al mismo tiempo, buscaba sin cesar y con cierta inquietud su casco de bombero. Eran las ocho y media y deduje que tendríamos que salir pronto hacia el túnel.

Cuando encontró el casco (situado en un armario en el que había mirado unas tres veces), me dijo que cogiera mis cosas y nos pusiéramos en marcha, así que eso hice. Con la chaqueta ya sobre mis hombros, me dispuse a abrir la puerta para coger el coche. En ese instante, Julián me dijo por la espalda que íbamos con el suyo. Entramos a su pequeño garaje particular y nos montamos en su viejo Opel Astra. Mientras tanto, pensaba que hubiéramos ido mucho más cómodos en el mío.

-Hoy me toca trabajar en la boca del túnel española, tienes suerte Nico, podrás ver los camiones y luego bajar a Canfranc para conocer a mi gente-

En ese mismo instante esbocé una sonrisa gigante. Sin duda era uno de esos días en los que todo salía a pedir de boca. Acto seguido comencé a preguntarle por su trabajo sin cesar. Las preguntas salían de mi boca prácticamente sin quererlo. Le pregunté algo inquieto acerca de los camiones que me había nombrado. Curiosamente comenzó explicándome otras cosas relativas a su trabajo y al túnel. Deduje que el tema de los vehículos sería la guinda del pastel y me lo contaría algo más tarde.

Primero dijo que él solo lleva trabajando en el túnel tres años. Luego empezó a explicarme que su trabajo se basa sobre todo en el control y la seguridad. Su prioridad es asegurar que no haya incidentes dentro del túnel, pero los tres bomberos que trabajan en cada boca ya comienzan a realizar esa labor antes de que los vehículos se adentren. Revisan todos los camiones que pasan en cada una de las entradas, sus ruedas, su carburante, los frenos y si hay que escoltarlos o no. También me comentó que, hasta el momento, no han intervenido nunca de gravedad dentro del túnel. Sin embargo sus intervenciones en el interior son habituales, porque la gente que sufre claustrofobia suele ponerse enferma con bastante frecuencia.

Tras su esclarecimiento, no pude evitar preguntarle por su pasado. Las patas de gallo de sus ojos me indicaban que estos tres años trabajando de bombero  no han sido los primeros de Julián en el mercado laboral. Efectivamente, yo estaba en lo cierto.

-Yo he trabajado en Astún veinte años de mi vida- expresó con amargura.

-¿Es por eso que afirmas con tanta seguridad que cambiar de aires es bueno?-

Me comentó que sin ninguna duda esa era una de las razones. “Yo me iba más a gusto a trabajar que de fiesta”, afirmó sin temblores de voz. Para él eso no fue bueno. Explicó que poco a poco el trabajo te va consumiendo y llega un momento en el que te das cuenta de que estás anclado en la rutina. Por eso él decidió parar, dejó de vivir para trabajar y comenzó a trabajar simplemente para poder vivir. Por eso ahora su objetivo en la vida es disfrutar haciendo lo que le gusta, dando más importancia a sus hobbies que a su trabajo.

Cuando terminó de hablar, tomamos la última curva que hay antes de ver el túnel. La dejamos atrás y fuimos a aparcar a un pequeño garaje situado en el margen derecho de ese enorme pasadizo internacional. Tras una puerta relativamente grande de metal que yo abrí mientras Julián cogía su equipo de bombero del maletero, se encontraba la sala de mandos. Ahí cada día los tres bomberos llevan a cabo su labor.

-Bon jour- dijo Julián al entrar.

-Salut, Julián. Comment ça-va?- le respondió uno de los dos individuos que se encontraban en el interior.

Ambos nos miramos, yo con expresión confusa y Julián mostrando muecas jocosas. “La empresa gestora del túnel respeta la nacionalidad del personal en relación con el porcentaje que hay de kilómetros de túnel en cada país. Dos tercios somos españoles y el otro son franceses”, me aclaró. Acto seguido, transforme la expresión confusa de mi cara en comprensiva y asentí con la cabeza entendiendo que, si eran tres bomberos, por lógica uno de ellos era francés y los otros dos españoles.

Nada más concluir la explicación, Julián me llevó a ver los camiones de bomberos.

-Ven aquí, que esto te va a interesar.

Atravesamos un par de puertas, también de metal, y entramos a una sala mucho más grande que la anterior. Ahí estaban, eran tres, dos grandes y uno más pequeño. Julián, sin dejarme articular palabra, comenzó a explicarme con tono ilusionado todo lo que tienen esos camiones. Los dos más grandes son vehículos de bomberos completos. Disponen de todo tipo de artilugios de rescate en túnel. Tienen cámara de infrarrojos para poder conducir cuando no hay visibilidad, también son capaces de “autoprotegerse” del fuego echándose agua por encima. Tienen incluso la capacidad de presurizar la cabina de los bomberos para que puedan respirar en el interior del camión. Cada uno cuesta un millón de euros. El otro camión es más pequeño, simplemente lo usamos para cuando se produce alguna avería dentro del túnel.

Tras una exhaustiva explicación técnica del funcionamiento de los camiones y de haberme enseñado el túnel por dentro, Julián me invitó ir a comer en la sala de mandos. Ya eran las dos de la tarde.

Una vez comidos, Julián me propuso que bajara al pueblo donde sus dos hermanos me esperaban en la puerta de “L’Anglasse”, un restaurante situado nada más entrar.

Comencé a bajar por un camino que terminaba al comienzo del pueblo. Poco a poco las dos siluetas de los supuestos hermanos se iban haciendo más nítidas a mis ojos hasta que llegué al bar.

-Hola soy Nico, sois Marilina y Javier ¿verdad?

-Efectivamente, nosotros somos los hermanos de ese culo inquieto”- Me contestó la hermana riéndose.

Nada más terminar la frase me invitó a acompañarles a su casa. Yo les seguí mientras cambiaba las pilas de mi grabadora. Entramos en el domicilio de más de un piso que  olía a madera antigua. Marilina me ofreció café y yo le ofrecí la entrevista. Ella aceptó.

Puse la grabadora a funcionar y comencé a preguntarle sobre el “culo inquieto”. Me afirmó que, sin duda, Julián Ángel siempre ha sido muy movido, siempre ha tenido un hambre voraz por hacer cosas. Le gusta mucho todo lo relacionado con la montaña, la solidaridad y el buceo. Además, este “espíritu inquieto” ya se le notaba desde pequeño.

-Es inquieto, generoso e independiente- me afirmó.

Una vez terminadas las preguntas y las respuestas, y tras una larga plática en la mesa del salón, pregunté por su hermano Javier. Marilina me contestó que estaba en la cocina haciendo cena. Fui directo allí y me senté en una silla de madera situada al lado de una pequeña pero cómoda mesa. Volví a encender mi grabadora e hice las mismas preguntas que antes. Javier, hermano pequeño de Julián, hablaba mucho más despacio, pero también mucho más preciso. Me comentó, al igual que su hermana, que los defectos de Julián, son virtudes al mismo tiempo. Es una persona muy independiente y eso en algunos casos trae cosas buenas y en otros malas.

-Es entrañable, profesional e inquieto- me contestó Javier.

Ya era de noche y Julián salía de trabajar. Después de cinco minutos de despedida y muchos agradecimientos me indicaron el camino de vuelta al túnel. Estaba algo perdido. Fui en su busca y lo encontré, esta vez su cara me transmitió cansancio.  Las jornadas son demasiado largas. Cogimos el coche y emprendimos el camino de vuelta a Jaca.

-Por fin, ya has terminado-

-No te equivoques Nico. No puedo irme a más de treinta kilómetros de aquí. Sigo preso- Me contestó mientras esbozaba una media sonrisa.

Le expliqué que había estado con sus dos hermanos e hice un trato con él:

-Te diré lo que piensan de ti, si tú me cuentas lo que verdaderamente te gusta en esta vida-

Sus ojos se iluminaron y, aunque intentó transmitir serenidad, la expresión de su cara lo delató. Miró hacia la izquierda de la carretera y suspiró. Acto seguido comenzó a hablar. Lo que de verdad le gusta es la montaña y el buceo, la naturaleza en definitiva. Está estudiando para ser guía de montaña porque le atrae mucho su inhóspito paisaje. Además, tal y como afirma su hermano: “Es también un buen libro de consulta de todo lo que son plantas y vegetación del Pirineo”.

Me contó que si tuviera el dinero suficiente, cambiaría todo por el buceo. La tranquilidad del mar le resulta acogedora, incluso buceando con tiburones. También me dijo que le gustaban mucho los trabajos solidarios. Ha estado un par de veces dando clases de electricidad en campamentos saharauis.

-Eres una gran persona-

-¿Eso lo ha dicho Marilina o Javier?- dijo con sorpresa.

-Eso lo digo yo- le expliqué.

Julián esbozó una sonrisa de agradecimiento. Tras esto, un silencio reconfortante que acabó en mi “confesión”. Le revelé lo que sus hermanos habían dicho de él. Y para ser breve, ya que el tiempo apremiaba, se lo resumí en tres palabras: inquieto, generoso e independiente. Me contestó:

-Soy una persona feliz-

Texto e imagen: Nicolás Bonet

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