Los días 9, 10 y 11 de mayo, 25 alumnos de la Facultad de Comunicación de la Universidad San Jorge, tuvimos la suerte de poder disfrutar unos días en la «capital» europea. Tres intensos días en los que Bruselas nos recibió con los brazos abiertos. Tres intensos días en los que visitamos lugares únicos, saboreamos sus platos típicos y, sobre todo, nos llevamos una experiencia única.
Texto por Rebeca Oliva
Ir a Bruselas es como trasladarse a un cuento lleno de magia: las casas de estilo gótico, todas amontonadas, estrechas, de diversos colores, las calles abarrotadas por turistas y habitantes que pasean por las calles de forma desordenada, sin prestar atención al tráfico. Pero Bruselas es, ante todo, un lugar de contrastes: de gente trajeada hablando por teléfono, de habitantes con atuendos hippies arrastrando destartaldas bicicletas, de enormes rascacielos que compiten por ser los primeros en alcanzar las nubes, y de pequeños comercios escondidos en el final de un callejón. Un lugar donde tan pronto pudimos disfrutar de una jornada de sol abrasador (donde algunos integrantes de la aventura regresaron al hotel con un rojo por la tez cual turista), como de una lluvia torrencial que rompió tuberías y embotó alcantarillas.
Bruselas posee una población de 1.125.000 millones de habitantes, hecho que se puede comprobar paseando por sus calles, abarrotadas, ajetreadas, incansables. El estilo de vida es mucho más diurno. Alas seis y media, exceptuando turistas y curiosos, todos se recogen en sus casas a descansar y esperar la llegada del nuevo día. También, allí todo tiene un mayor precio, y no me di cuenta hasta que me sorprendí al comprar dos naranjas no más grandes que la palma de mi mano, por 2,50€. En España no alcanzan ni el euro. Ello se debe a que el PIB por habitante es de más de 60.000€, mientras que en España apenas llega a los 25.000€.
El día que llegamos se celebraba el día de Europa en la capital Belga, un día en el que se conmemora que hace más de 60 años, Robert Schuman quiso fijar una fecha en la que se conmemorase la unión y paz de Europa tras las sacudidas por las dos guerras mundiales, una fecha que a día de hoy se tambalea debido a los recientes atentados salpicados por toda Europa. Por ello se podían observar por las calles, en el metro, en el transporte público infinidad de militares con armas bajo el hombro, atuendos que imponían y rostros serios y amenazadores.
Pero no eran solo los militares lo que abundaba por las calles. Decenas de sin techo abarrotaban las calles. Hombres, mujeres, jóvenes, viejos, parejas… e incluso familias enteras. Según una investigación realizada por el sector supervisor de asuntos sociales de Bruselas, el 41% de la población vive en riesgo de pobreza, y más del 32% de los ciudadanos vive bajo el umbral de la pobreza.
Dar un paseo por la ciudad también significaba ver cómo madres desesperadas agitaban un vaso de plástico en una mano mientras sujetaban a su hijo con la otra. Significaba ver cómo hombres y mujeres trajeados, maletines de cuero y zapatos lustrosos miraban hacia otro lado cuando se les acercaban hombres y mujeres provistos de retales desgastados y sin zapatos. Se repetía la paradoja de ser la ciudad de los contrastes.
Bruselas: el centro político de Europa
El Parlamento Europeo de Bruselas es el órgano legislativo de la Unión Europea, el lugar donde se debate, intercambia opiniones, charla distendidamente y, a veces, discute acaloradamente. Un lugar donde todos los países miembros de la Unión Europea se dan cita para decidir el futuro de nuestras naciones.
Está compuesto por 751 diputados, los cuales representan el segundo mayor electorado democrático del mundo tras el Parlamento de la India. Estos miembros se dan cita en Bruselas, en una inmensa sala con forma de media esfera, dos pisos y centenares de asientos dispuestos a recibir a los componentes del Parlamento Europeo.
Cuando llegamos a la cámara, esta parecía abrirse dándonos la bienvenida. Una bienvenida silenciosa, vacía, calmada. La tranquilidad que reinaba en aquellos instantes distendía mucho de cómo era el ambiente cuando se reunían los eurodiputados.
“Yo no negocio igual en español que en inglés, a pesar de saber perfectamente el idioma”, Esther Eurodiputada del Partido Popular.
Esther Herranz, miembro del grupo del Partido Popular Europeo, nos instaló en la segunda planta de la cámara, donde podíamos apreciar toda todos los pequeños detalles que poseía. Las cámaras salpicadas por cada rincón, las salas de traducción, los auriculares situados discretamente bajo los asientos para escuchar las traducciones. No faltaba ningún detalle que dotara a la cámara de la mayor eficiencia y profesionalidad.
Los Diputados del Parlamento Europeo son elegidos mediante sufragio universal cada cinco años y representan de forma directa a los ciudadanos europeos. Además, se trata de la única institución elegida de forma directa por los ciudadanos de la Unión Europea. En el caso de España cuenta con 54 Eurodiputados, pertenecientes a los diversos partidos que están presentes en nuestro país.
Esther Herranz nos explicó la necesidad de que un miembro del Parlamento se expresara en su lengua materna. “Yo no negocio igual en español que en inglés, a pesar de saber perfectamente el idioma”, aseguraba Esther. El propio Reglamento regula que los diputados tienen derecho a expresarse en las lenguas oficiales que estimen convenientes, así como el derecho a la traducción en cualquier intervención a la lengua oficial que desee. Y es que no sentimos igual las palabras, las negociaciones o las confrontaciones más que en nuestro idioma natal
Los bosques más verdes
Pero Bruselas no solo es una ciudad de negocios, edificios imponentes y política europea. Bruselas también es una ciudad verde, llena de árboles y flores que inundan las calles haciéndola parecer vivir en una constante primavera. Pero no es un verde cualquiera, es uno intenso, diferente, único. Creía que eran los Pirineos, nuestros Pirineos, la zona más rebosante de vegetación hasta que llegué a los parques de Bruselas. Unas zonas que parecen trasladarte a lugares de ensueño, que te atrapan y te trasladan a un espacio completamente diferente.
Estoy hablando del «Parque de Bruelas», situado frente al Palacio Real. Una antigua reserva de caza y un lugar histórico, donde la revolución francesa hizo mella en toda la decoración escultórica de la zona. Y también del «Parque Iaeken», a cinco minutos del Atomium. Casi 200 hectáreas de árboles y praderas para perderse y disfrutar de la tranquilidad que otorga este espacio.
Y como no, visita obligada al Atomium, símbolo representativo de la ciudad. Con casi 103 metros de altura, esta escultura representa un átomo de hierro aumentado 200.000 millones de veces. Las nueve esferas que posee representan cada una de las regiones de Bélgica y en cada una de ellas se pueden encontrar diversas estancias como museos, restaurantes o exposiciones. Al igual que sucedió con la Torre Eiffel, su diseño vanguardista no gustó en un primer momento, allá para el año 1958, sin embargo a día de hoy, sus dimensiones, su diseño y su originalidad hacen del Atomium una escultura imponente que deja boquiabierto a cualquier turista.
Pero Bruselas no es solo una ciudad para contemplar, sino también para saborear. Por las cervezas artesanales, las patatas fritas, los gofres o la especialidad de la casa: los bombones de todas las clases, tamaños y sabores.
Por desgracia no pudimos perdernos más por las calles de Bruselas dado que las lluvias del último día nos impedían siquiera abrir la puerta del hotel. Aún así disfrutamos de unas últimas horas de charlas entre compañeros y amigos.
Sin duda, un viaje que recargó las pilas para este último escalón del curso, donde la tranquilidad que se respiraba en los parques de Bruselas hicieron olvidar los próximos exámenes de junio en la Universidad San Jorge. Tan pronto como aterrizó el avión en Zaragoza supimos que el cuento había llegado a su fin y era hora de regresar al mundo real.
Comentar