Reportajes

La soledad, una pandemia silenciosa

Anciana camina con su andador. Fotografía: Jesús Hellín- Europa Press

Escrito por Cecilia Orós 

Fotografía: Jesús Hellín- Europa Press 

Acostarse solos y levantarse solos. Esta es la realidad del día a día de una gran mayoría de ancianos que habitan en las residencias de nuestro país. Según un estudio realizado por la Asociación Cultural de Mayores de Fuenlabrada, un 60% de los residentes no recibe visitas periódicas, y un 15% de los visitantes no llegan a los 30 minutos de media por visita. ¿Cómo viven esta realidad en la residencia El Moreral?

Son los padres de los padres, los sabios de la sociedad, las víctimas de la guerra, los refuerzos de la autoestima de los niños y de los jóvenes, pero también son el reflejo del olvido. “En los ocho meses que llevo trabajando aquí, hay ancianos que todavía no han sido visitados por nadie”, afirma Micaela Safarano, una joven zaragozana que comenzó a trabajar en una residencia dispuesta a dar el cariño que los residentes ansiaban por recibir.  

Habla con los ojos brillantes y con un tono de voz delicado mientras mira fijamente a la periodista, sintiendo lástima por recordar la falta de afecto que sufren los ancianos a los que cuida: “Me ha hecho ver también la perspectiva desde los mayores, veía la muerte como algo muy lejano, pero cuando tú estás ahí, realmente te das cuenta de que la vida es muy corta porque ves que el día de mañana puedes acabar aquí, y esta persona probablemente no ha vivido la vida que quería vivir, no ha tenido el tiempo que habría querido tener, no ha hecho las cosas que le hubieran gustado hacer con la edad que tenía y estando ahí ya no puedes hacer nada, ya les queda poco”. 

Tras una pregunta que revuelve los recuerdos de la auxiliar entrevistada esta joven cuenta una historia mientras se emociona: “Era de un hombre que se llamaba Félix, falleció hace poco. No estuve mucho tiempo con él, pero el tiempo que estuve me enseñó mucho. Tenía unos cincuenta y pico años, pero sufría un tumor cerebral, iba en silla de ruedas, tenía muchísima vitalidad y estaba feliz como estaba. Cuando llegaba la hora del café comenzaba a aplaudir, su hermano venía a la residencia y le daba 2€ y a mí me enseñó personalmente que hay que disfrutar las pequeñas cosas que te da la vida”. 

Otro de los problemas a los que se enfrentan las auxiliares en su trabajo es la dedicación total y la entrega que esta supone. “Es un trabajo muy costoso a nivel emocional y físicamente es muy forzoso, porque tienes que levantar todas las mañanas a la gente que no se puede mover, gente que pesa mucho, o que quizás le faltan dos piernas”, comenta Micaela. 

A su vez, se añade otra dificultad a la hora de trabajar en una residencia, que es tener una gran fortaleza emocional: “Hay gente que estará preparada y gente que no. Yo conozco a chicas que han entrado y no han aguantado ni un mes porque son incapaces de ver algunas cosas”. A ello, se suma la precariedad en muchas residencias, donde los/as trabajadores/as tienen que hacer muchas más tareas. «No solo somos auxiliares, también limpiamos, hacemos de enfermeras…», confirma Micaela.

Anciano sonriendo mientras una auxiliar le muestra su afecto. Fotografía por Natacha Pisarenkode

Como ejemplo del día a día que viven los ancianos en la residencia, Carmina, una mujer de 89 años explica cómo es la experiencia y lo mucho que ha cambiado la visión de la familia en los últimos años: “Esta situación es de ahora, porque antes vivíamos todos juntos; los padres, los hijos, o los tíos. Yo he vivido con mis tíos y han estado enfermos, pero han estado enfermos mis padres y también he acudido a quedarme con ellos por la noche. Había más sacrificio”.

Carmina Polo: «Tras mucho tiempo sin comunicarse, un señor de la residencia comenzó a hablar tras empezar a ser visitado por una voluntaria, era otra persona»

Tras un largo silencio, la entrevistada retoma el diálogo y comenta con un tono de molestia la tristeza que supone ver a «personas que no les hacen caso sus familiares». Carmina echa la vista atrás y rememora las consecuencias que sufrieron las residencias durante la pandemia.  «Cuando se pasó la pandemia vimos que había mucha gente que había desaparecido, fue muy triste”, afirma Carmina. 

Hay muchos motivos por los que las personas acaban en residencias, pero en algunos casos se trata de algo forzado. Paco, de 91 años, cuenta la historia de un hombre al que engañaron sus hijos para llevarlo a la residencia, inventándose que se iban de viaje a un sitio donde él no podría hacer nada debido a su mal estado. Esta situación fue muy dramática, pues fue la última vez que sus hijos vieron al padre. Tras esto, nunca más aparecieron en la residencia, a pesar de que el anciano estuviera durante años esperando a que alguien entrase por la puerta a recogerle. 

Mientras la sociedad siga mirando hacia otro lado, el problema de la soledad seguirá acompañando a los ancianos lo que les queda de vida. Carmina da un consejo a todos aquellos que tienen familiares en estos centros: “Saquen tiempo de donde sea, por favor, dejen la televisión y vayan a visitar a sus familiares, que los necesitan. Al igual que ellos fueron criados con cariño, ahora nosotros nos merecemos terminar nuestros días de la misma forma.” 

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