Tiene 16 años, media melena rapada y 8 piercings. En una primera lectura es una estudiante normal de la escuela de artes. Pero, ¿Qué puede hacer María Seral al lado de un caballo?. Compite, monta, pasea… y trabaja con estos animales. Toda una vida dedicada al mundo equino.Una mañana soleada de domingo me encuentro en la hípica de Burgo de Ebro, en compañía de María Seral, una chica Zaragozana de 16 años. Me parece increíble que aquella chica que me enseña y presenta a los caballos sea tan joven. Me acompaña hasta un banco en la sombra y me dice: “Ahora voy a empezar la clase, espérame aquí y ves cómo lo hacemos”. Trabaja como ayudante en unas sesiones de hipoterapia. María controla a la yegua para que su jefa, Carlota Franco, pueda trabajar perfectamente con una pequeña con algún problema en su capacidad motora. La niña parece divertirse mientras Carlota le pide que se estire para coger este o aquel juguete y comparte la ilusión de María al subirse a lomos de una yegua de 1.80 metros de alta.
María no pierde la concentración y en todo momento está pendiente del estado de ánimo de la yegua. Conoce muy bien los caballos y sabe que ante cualquier imprevisto se sobre saltan. “Yo creo que ven fantasmas, porque esta mañana estaba ensillando a la yegua, estaba tan tranquila y no sé que le ha pasado o qué ha visto que se ha puesto a correr como loca” me confiesa María después de su clase. Toda la sesión transcurre sin ningún problema. La yegua está tranquila y la niña realiza los ejercicios y se le ve contenta. Después, la suben a caballo y la tumban en su lomo mientras el animal anda. Finalmente María se me acerca: “Ya está, ahora a pasear”. Le acompaño a las cuadras y por el camino me cuenta que el ritmo de los pasos del caballo es muy beneficioso para los niños con problemas motrices y que además se divierten, no lo ven como un trabajo sino como un juego. María me explica que hay que no todos los caballos sirven para la hipoterapia: necesitan tener un paso firme y un carácter tranquilo. Los caballos son animales muy nerviosos y cualquier imprevisto les hace saltar. Si algún día salen a dar una vuelta con los niños, necesitan a un animal que no se vuelva loco.
Coge una mantilla con un estampado de leopardo rosa que llama mi atención. Le pregunto y me cuenta riéndose “Todos me dicen que soy muy hortera a la hora de vestir a los caballos. Pero es que me gusta que vayan conjuntados” y me enseña unos protectores rosas para las patas de caballo, totalmente a juego con la mantilla. Nos reunimos de nuevo con su yegua y me cuenta que el viernes se portó mal en el paseo, por lo que quiere volverla a sacar para que no se quede con esa mala impresión. Mientras la cepilla, me intenta describir la sensación de tener a un animal que pesa 10 kilos más que tú entre las piernas. Lo que es saltar y correr con él, y lo gratificante que es cuando te hacen caso.
María me explica que realmente le puedes pedir cosas y el te entiende y… trabajar juntos… no sé es una sensación… no se es pensar que sois dos y… que el trabajo es de dos, ¿no?”. Empieza a soltarse y a perder la timidez que se tiene ante una persona que acabas de conocer, y una vez que empieza, ya no hay quien la pare. Le pregunto por los saltos, por sus caídas y ella me cuenta emocionada. Me habla de la adrenalina en el momento del salto, de la sensación de no tener el caballo debajo del culo… y por supuesto, de sus caídas. Ensilla a la yegua y esta empieza a rechinar los dientes, no le gusta. María ni se inmuta, solo acaricia al animal y le susurra “ya, ya, tranquila…”. Una vez vestida de rosa, María monta a la yegua y me doy cuenta de que no lleva espuelas en sus botas. Iguázel Cuiral, una amiga de María, se da cuenta de la dirección de mi mirada, y me cuenta que María es valiente, que no le da miedo probar cosas nuevas. Que siempre es la primera en atreverse a montar a pelo, y a montar así o asá… María mira alrededor de la hípica buscando a Carlota, su compañera de paseo. Carlota se acerca a nosotras y me dice que he tenido suerte, que hoy a María no le ha toreado la yegua como de costumbre. “A veces tengo que poner un poco en su sitio a María y a la yegua, pero yo estoy muy contenta y quiero seguir trabajando con ella” me asegura Carlota, y después me pide que les acompañe en el paseo, a pie claro.
Un paseo interrumpido
Durante el paseo voy hablando con Iguázel. Me cuenta que María siempre lleva la voz cantante, que es decidida y que sabe muy bien los que quiere. Vemos a los lejos como los dos caballos trotan al compás y cómo los cascos de María y Carlota votan acorde al movimiento rítmico del culo de los equinos. De repente, el rugido de una moto resuena y surge de la curva a gran velocidad. En caballo de Carlota, asustado por la repentina sorpresa, comienza a galopar en nuestra dirección. Iguázel me hecha a un lado del camino, pero Carlo grita “Iguázel, ponte en medio”. Nos plantamos en medio del camino y durante unos segundos pienso que el caballo no va a parar, pero conforme se acerca, frena y se queda plantado delante de nosotras. Carlota se baja rápidamente del caballo, lleva las piernas temblando. María llega al trote y, tras unos segundos de silencia, empiezan a reír y a maldecir al intrépido motorista.
Miedo a las alturas
Llegamos de nuevo a la hípica y María se baja de la yegua y me mira. “Ahora tú”, me dice. Yo respondo que después de lo que ha pasado no pienso montarme. Nunca lo he hecho y no va a ser esa la primera vez. “Venga… si ya se ha calmado… además, ¿no querías saber lo que se siente?, pues monta”. Me doy cuenta que no me va a dejar en paz hasta que no lo haga, así que pongo un pie en un estribo y escucho atentamente las indicaciones de María: “Ahora agárrate de las crines de la yegua y pasa el otro pie por encima”. Torpemente consigo pasar por encima del animal con la pierna, oigo las risas de María, pero ya estoy sentada. Me dice que ella cuando empezó era mucho más torpe, pero todo es práctica. Después de dar varias vueltas, me dice que me apoye en el cuello del caballo y vuelva a pasar la pierna por encima, y en nada vuelvo a estar en el suelo. “¿A que es indescriptible?” me dice, y en efecto, lo es.
Mientras María desensilla a la yegua le pregunto por sus otras aficiones. Le encanta hacer fotos y vídeos y luego montarlos. La mayoría de competiciones y entrenamientos en la hípica “siempre tenemos a los padres haciendo fotos y vídeos y si pillan alguna caída… ya pues mejor que mejor porque luego lo ves y te ríes y es divertido”. Me habla de la escuela de artes, y de su inexistente pasión por estudiar. Confiesa que ella lo que quiere en un futuro es trabajar con caballos, que de estudiante no se ve futuro. Le digo que yo hasta 2 meses antes de terminar bachiller no sabía aún por donde tirar, pero responde muy segura “que lleva tiempo rondando por mi cabeza la posibilidad de ser policía de caballería, porque es algo que me gusta… es con caballos… no sé… es algo que me llama mucho la atención. Aunque mis padres quieren que haga una carrera”. Nos pasamos la tarde hablando de sus notas, de sus profesores, de su manía de cambiar de look. De su gusto por los piercings, de su andadura hippie como todo buen estudiante en la escuela de artes y de sus suspenso en dibujo. “Me salió fatal… y eso que es lo mío… y encima el profesor… ay, no sé cómo se llama… tiene cara de Papá Noel… es que como les llamamos por el apodo…” y me río entendiendo perfectamente a qué se refiere, al fin y al cabo, somos como cualquier estudiante normal y corriente. Le pido que me enseñe sus dibujos. Abre una carpeta y comienza a pasar hojas en blanco de sus bocetos. A color, en blanco y negro, a carboncillo, con acuarelas… cientos de dibujos preciosos y todos ellos muestran su mayor afición: los caballos.
Informa: Laura Ortún
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