Al noroeste de la Comarca de Calatayud encontramos una maravillosa ruta por diversos pueblos que albergan un rico patrimonio. Comenzamos el viaje en Calatayud, tomando la carretera N-234, vía cómoda y perfectamente acondicionada. A nuestro alrededor empezamos a divisar un paisaje compuesto por montes y árboles que revelan el paso del otoño. Podemos observar a los dos lados pequeñas casitas de recreo habitadas por gente con deseos de escapar de la ciudad en busca de tranquilidad. Un poco más adelante, encontramos el desvío al primer pueblo: Torralba de Ribota.
La llegada es bastante fatigosa debido al mal estado de la vía, pero, a lo lejos, ya podemos divisar la preciosa Iglesia del siglo XV dedicada a San Félix, considerada como uno de los monumentos mudéjares más soberbios. Rodeada de casas muy antiguas que por sí solas, muestran el paso del tiempo.
Al llegar, no encontramos ni un alma por la calle, sólo escuchamos el continuo replicar de las campanas retumbando entre las calles recubiertas por una manta de hojas. Continuando nuestro camino llegamos a Aniñón, localidad rodeada por numerosos campos. Al entrar, topamos con gran cantidad de gente, como mujeres que van a la compra y hombres en tractor. Mariolen Salgado, carnicera del pueblo, nos explica que “ha aumentado considerablemente en población y en verano llegamos a estar unos 1.000”. Aniñón cuenta con un museo del aceite inaugurado en 2002 sobre un molino en el que se muestra al visitante todo el proceso de elaboración artesanal. Pero esta población es famosa por sus cerezas. Fernando, agricultor de la zona, explica que “el cerezo necesita mucho frío en invierno para desarrollarse en verano y, además, este pueblo se asienta sobre un cerro de una altitud de 1.000 metros”. “Sin duda, no hay cerezas más dulces”, replica. Como curiosidad descubrimos que la cereza de Aniñón sirve para la elaboración de los bombones Mon Chery, de la empresa italiana Ferrero Roché.
Nos adentramos en el pueblo para visitar la Iglesia parroquial Nuestra Señora del Castillo. Tras subir largas cuestas empinadas, nos encontramos con la hermosa construcción gótico-mudéjar, una impresionante fortaleza. Desde allí se puede observar, señala Santiago Artigas, de 63 años: “la Ermita del Niño Jesús”. A dos kilómetros de Aniñón, encontramos el municipio de Cervera de la Cañada. Nada más entrar podemos ver bar ‘El ciervo’, apreciado dice Francisco Esteban, cervereño de 25 años: “Como uno de los mejores de la comarca para tomar un rico vermut”. Y, siguiendo la calle principal, empezamos a oír los gritos de niños jugando en el patio de recreo del colegio público Nuestra Señora de Asunción. En lo alto del pueblo se encuentra la iglesia-fortaleza Nuestra Señora de la Asunción, con un gran carácter defensivo debido a que, en el siglo XIV, fue escenario de las contiendas de la “Guerra de los dos Pedros”, conflicto bélico entre Pedro I de Castilla y Pedro IV de Aragón entre 1356 y 1369. Este edificio fue construido por Mahoma Ramí, arquitecto mudéjar que también participó en la construcción de La Seo de Zaragoza. Es considerado uno de los monumentos más emblemáticos del mudéjar aragonés. Situado al lado podemos ver la casa rural ‘Casa Armantes’, un lugar ideal donde pasar unos días y disfrutar del pueblo y sus gentes.
Siguiendo el viaje con el Ribota como hilo conductor divisamos a lo lejos Villarroya de la Sierra, que nos regala un paisaje con un color rojizo como protagonista. En lo más alto podemos observar las torres fortificadas del Rey la Reina. Compuesta de callejuelas retorcidas nos remontan a un trazado urbano de épocas musulmanas. Situada en la antigua Plaza del Mercado frente al Ayuntamiento se encuentra la Iglesia de San Pedro Apóstol, construida en el siglo XIII, es un edificio mudéjar que cuenta con una amalgama de estilos artísticos. Más adelante, situado en el centro urbano, nos encontramos con un pintoresco edificio llamado la Casa Grande, que fue construido en 1786 y en él destaca su fachada barroca. Actualmente es una acogedora casa rural decorada con muebles rústicos y al más puro estilo aragonés del siglo XVIII. En la misma hay una pequeña edificación modernista llamada el Quiosco de la música. Ricardo, de 56 años, nos explica que “se realizan numerosas actuaciones de la banda de música Unión Musical Villarroyense”. Ésta tiene más de 150 años de antigüedad. Desde ella se puede observar la huella de la época industrial con el edificio de la Chimenea de la fábrica de los alcoholes utilizada en el siglo XX. Este pueblo también cuenta con una antigua plaza de toros ‘La Dula’, que toma su nombre de los terrenos comunales de pastos o “dula”. En ella se refleja la historia de una afición taurina que aportó un gran prestigio a la villa.
Como principal atracción turística encontramos la ‘Panadería Lopez’, especializada en hojaldres, tortas de leche, brazos de gitano, mantecados de anís y magdalenas con aceite de oliva. Continuando nuestra ruta, y antes de llegar al final, vemos Clarés de Ribota, al cual hay que acceder por un camino de tierra en el que nos topamos con una antigua parada del tren. Por esta pequeña villa, que no alcanza ni los 100 habitantes, se puede dar un agradable paseo por sus calles estrechas combinadas por arcos y algún que otro pasadizo. Destacando en altura vemos la iglesia parroquial dedicada a la Virgen del Castillo, compuesta por una mezcla de estilos artísticos: románico, mudéjar y barroco. En ella se encontraron unas pinturas mudéjares de la época medieval. Y en la parte más baja del pueblo nos encontramos con una caudalosa fuente circular junto al lavadero. En la cual comenta Pilar García de 78 años que “lleva sirviendo durante años de abastecimiento para todos los vecinos e incluso a una acequia”. Y un poco más adelante llegamos a la meta de nuestro viaje. Antes de entrar al pueblo destaca, sin duda, la ‘Venta de Malanquilla’, que, aunque parece el típico restaurante de carretera, es recomendado en la Guías Gastronómicas de mayor prestigio. Destacado por la mezcla de sus audaces propuestas y el respeto por la tradición. En ella usan alimentos de procedencia aragonesa y es conocido por su carta de preparaciones a base de caza y setas de la temporada. Por este establecimiento han pasado miles de viajeros y caminantes desde que se abrió en 1800.
Y llegamos al último pueblo, Malanquilla, el más próximo al limite provincial con Soria. En él podemos divisar a lo lejos para nuestra sorpresa la silueta de un molino de viento, emblema de la localidad. La única construcción de este tipo en todo Aragón y semejante a los molinos manchegos, construido en un altozano donde sopla el viento con fuerza y reformado el año pasado. En el interior de la localidad podemos encontrar la fuente de los tres caños que data de la época romana, construida por el procónsul latino Vitelo Fabio. Rincón en el cual, como cuenta María Josefa, de 65 años: “Fue escenario de muchos encuentros amorosos”. En el centro urbano se encuentra la iglesia parroquial dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, obra gótica del siglo XVI, con importantes esculturas aragonesas de la época.
Texto y fotografías por: Paula Pérez Doñágueda, alumna de 2º de Periodismo de la Universidad San Jorge
Comentar