Antes de adentrarnos en las propias ruinas rememoro todo lo sucedido en estas tierras en esos fatídicos días de 1937. Durante esos interminables 14 días cayeron hombres durante la batalla, muchos de ellos civiles que prácticamente se mantenían al margen y solo se aferraban a la esperanza de seguir vivos, un total de 6.000 muertos. Fue una lucha injusta y desigual contando el bando republicano con un número mayor de combatientes, por cada nacional había diez republicanos que querían invadir Belchite. Fueron 6000 los héroes que intentaron defender esta localidad y muchos los civiles muertos.
Un 24 de agosto de 1937 se constituyó como el día clave para la entrada del ejército republicano, la guerra se mantuvo ya hasta el día 6 de septiembre. Este enfrentamiento supuso un importante punto a favor de la expansión de las tropas franquistas alrededor de España. El tiempo que se mantuvo la guerra en Belchite, a Franco le dio tiempo a invadir Asturias o Santander y finalmente proclamarse su dictadura en el territorio nacional. Además será un poco más tarde, en marzo de 1938 cuando Franco reconquiste el pueblo y decida, tras el consenso del pueblo, construir uno nuevo mediante la mano de obra de los republicanos capturados. A partir de entonces las mujeres del pueblo acudían a lavar a la acequia situada en su querido Belchite.
Empezamos a caminar, José Antonio me va traduciendo todo lo que estas casas derruidas están intentando decirme y yo apenas comprendo. Llegamos a la calle Mayor, acceso principal para toda su población y donde se situaban todas las tiendas: Ultramarinos, tiendas de telas, de retales… Y postrado como si de un monumento se tratara en esos días de sangre una ametralladora para evitar cualquier movimiento por la calle. José Antonio me muestra la cantidad de agujeros en las paredes de lo que un día fueron hogares que se convierten en algo ya común durante el trayecto. La luz se ciñe sobre los huecos de estas balas para que nuestra mirada se centre en estos a la vez que en nuestra mente oímos la explosión y olemos a pólvora.
Paramos frente a lo que viene siendo una esquina de este camino que comunica a la plaza del convento donde se juntaban las mujeres a coser o a hacer ganchillo, le llamaban el corro de la Gimena porque en una casa de cerca vivía una señora que se llamaba así y se acuñó una frase que dice: “Si pasas por la Gimena y pasas sin criticate hazte cuenta que has pasado por el infierno y sin quemate”, esto era debido a que todos que pasaban a ser criticados.
Me asombro al ver unas varas que salen de las fachadas y se lo pregunto a mi compañero, su respuesta es contundente, “cuando no había luz colgaban en unos hierros que sobresalían de la pared unos faroles de aceite”. Todavía se mantienen erguidos pese a la masacre.
José Antonio también me abre los ojos mientras veo el paisaje desolador acerca de los caídos en el combate. Según me va explicando, el ejército republicano no quiso entrar en una batalla cuerpo a cuerpo para no dañar a la población civil, pero no es cierto ya que se acabó con la vida de muchos de ellos de los dos bandos. El que era de derechas y de izquierdas extremistas se marcharon a Zaragoza. Su abuelo por parte de padre era de derechas, cogió a sus dos chicos pequeños y marchó a la capital aragonesa. Al padre de José lo atraparon con 14 años y lo único que le contó es que vio pasar en la plaza del convento o de San Agustín a miles de personas a cuchillo.
Pisamos ya una zona plagada de cadáveres enterrados bajo nosotros que merece de mi respeto, es el trujal. Hecho por Franco después de la guerra, era el depósito de las olivas y aceite que fue lecho para los muertos, nichos de cuerpos que no eran mas que un estorbo en la matanza.
Otros antes de verse abocados a una muerte segura decidieron romper el cerco del pueblo y abandonarlo a través del arco de San Roque el día 5 de septiembre. Todos los que salieron por la carretera de Zaragoza con el comandante Santa Pau murieron. Los que fueron hacia la izquierda se salvaron. Pero una hermana del padre de José Antonio no tuvo tanta suerte. Josefina Cubel Álvarez tiene ahora 74 años y aun recuerda cuando con 7 años le pegaron un tiro en la pierna cuando salían, “mi padre fue a por mí y ya nos cogieron los republicanos”. A los chicos y a los viejos los llevaron a la zona republicana, la zona de Valderobles, Calaceite y Cretas. A los chicos que tenían unos 18-20 años los llevaban a una localidad cercana en camiones, a Codo. Estas huidas en busca de la esperanza también tuvieron unas consecuencias a la hora de regresar al pueblo ya que se dieron muchas muertes entre vecinos por rencillas internas.
José Antonio cuenta como su padre le dijo como los ponían en un pelotón de fusilamiento cerca de una acequia tras bajar de camiones con la presencia de sargento de los republicanos. “Mi padre se puso junto a uno que le sacaba tres años más que él para ver si se salvaba, y cuando era de noche, que era cuando les bajaban, se tiró hacia atrás simulando que le habían disparado”, relata el hijo que ahora se encuentra a mi vera. Y se salvó, colocando a su padre en una masía de jornalero. “Cuando terminó la guerra y había pasado un mes y mi padre no se enteró porque no había radio ni nada”.
Más adelante en la plaza del pueblo, donde paraban a ligar los jóvenes de antaño, cuenta el propio vecino belchitano que el alcalde Manuel Alfonso Trallero estaba con el comandante Córdoba acompañado de soldados y civiles ,como concejales, mientras llegaban las tropas republicanas. Estaban con un mortero sin parar de disparar y como cada se acercaban más se ponis mas recto el mortero y de tanto tirar se calentó y explotó acabando con la vida de todos los que estaban. El mismo alcalde que el día 5 de septiembre mando un telegrama a las tropas de Franco que decía: “Los españoles de aquí no tenemos prisa, si antes de que lleguéis vosotros nos llega la muerte, bienvenida sea”.
De camino a la conocida iglesia de San Agustín observo como un trozo del balcón de lo que se deduce una casa se derrumba ante mi atenta mirada. Los cimientos caen dilucidando las consecuencias de la terrible guerra. Llego a la iglesia o lo que queda de ella y me asombro por su aguante, su veteranía y dureza es digna de elogio y ni siquiera el proyectil incrustado en su torre puede con ella. Parece ser que este pueblo todavía quiere mostrarse aguerrido.
Hoy en día se les conoce como los héroes de Belchite y son condecorados por ello. El escudo de esta localidad esta arropado por la Cruz Laureada de San Fernando por su reconocido heroísmo en la sangrienta efeméride de 1937. También en Bechite Nuevo encontramos calles con los nombres de “6 de septiembre” o “héroes de Belchite”. Y otras muchas personas han querido rendirle homenaje como Joan Manuel Serrat que siendo de familia de este municipio y queriendo homenajear a su abuelo por su muerte en estas tierras compuso:
“El con sus propias manos cavó la fosa
sepultando sus sueños junto a la esposa.
Ella guardaba un hijo en sus entrañas
le llamaban Manuel, nació en España”.
Escrito y fotografías por: Alejandro Novella Parroqué, alumno de 2º de Periodismo en la Universidad San Jorge.
Comentar