¿Se puede dar la batalla contra la violencia machista desde la literatura? Beatriz Jericó, alumna de sexto curso del Doble Grado en Periodismo y Comunicación Audiovisual de la Universidad San Jorge, demuestra que relatar buenas historias es un modo sencillo y eficaz para implicarse en una lucha que, según afirma, debería dar la sociedad en su conjunto. Beatriz acaba de ganar el III Concurso de Microrrelatos contra la violencia machista Jóvenes con mucho que contar, organizado por el Instituto Aragonés de la Juventud y el Instituto Aragonés de la Mujer. Animada por un amigo, decidió participar por primera vez en este certamen que convocó a 320 participantes, 70% de los cuales eran chicas. En esta entrevista nos habla de su pasión por la escritura y de una problemática que, a su criterio, solo se resolverá con educación.
Por Marta Álvarez
¿Te habías presentado a algún otro concurso de microrrelatos?
Sí que lo he hecho, pero me he presentado a tantos concursos (de todo tipo, créeme) que ahora solo recuerdo uno de microrrelatos que gané en 2010. Lo organizó mi instituto, San Valero, y me quedé en segundo puesto por 0,5 puntos. El primer premio se lo llevó un amigo mío y escribía fantásticamente bien, así que fue todo un honor competir contra él. Si me acuerdo del concurso es porque le tengo un cariño especial al relato. En cierto sentido, creo que lo he ido reescribiendo conforme pasaban los años, a través de otros relatos o piezas visuales.
¿Ese relato trataba también sobre violencia machista?
No, nada que ver. En contraposición, tiene un personaje femenino bastante fuerte y cañero. Me gustan este tipo de personajes. Como los masculinos alejados del estereotipo de “ser hombre”. Lo he ido reescribiendo porque trata sobre el tiempo y la concepción errónea del amor romántico. Son temas a los que suelo recurrir sin darme cuenta.
¿Te resultó complicado crear una historia cuyo máximo número de palabras fueran 300?
Me supone más trabajo pensar sobre qué escribir. Siempre me pasa. Le doy mil vueltas a las cosas antes de sentarme delante del ordenador. De hecho, primero suelo escribir con pluma y papel las ocurrencias que tengo y, después, estructuro el cuerpo con el teclado. Soy un poco retro. Con este relato me ocurrió lo mismo: quería escribir sobre violencia machista, pero hasta llegar al cómo, me llevó un par de días. Sobre todo, teniendo en cuenta que estoy al mismo tiempo trabajando y haciendo dos trabajos de fin de grado.
¿Qué te atrae de este tipo de género?
Las buenas historias no necesitan ser largometrajes de dos horas o novelas de novecientas páginas. Lo importante es que emocionen, que cuenten historias con las que podamos identificarnos, que parezcan reales a pesar de ser ficciones.
¿En qué te inspiraste para escribir “Adivina quién”?
Me pregunté cómo sería mirar de nuevo el mundo con la mirada de una niña y hasta qué punto sería totalmente consciente de lo que sucede en mi entorno más próximo.
¿Qué mensaje quieres transmitir con el relato?
Al final no deja de ser una metáfora de lo que ocurre en la vida real: mujeres que ni ellas mismas son conscientes de que están siendo maltratadas por sus parejas (o no quieren reconocerlo), o que lo ocultan por miedo a lo que pueda pasar después. A veces, tampoco el entorno próximo de la mujer maltratada es consciente de su situación o, si se descubre, en muchas ocasiones el rescate llega demasiado tarde.
¿Qué piensas de la violencia machista en la adolescencia y juventud?
“¿Qué estamos haciendo mal?”, me pregunto.
Según el Barómetro 2017 de ProyectoScopio, elaborado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción, más del 20% de españoles de 15 a 29 años considera que la violencia machista es un tema «politizado que se exagera mucho». Como mujer que se encuentra dentro de ese rango de edad, ¿qué opinas al respecto?
Ni una cosa ni la otra. Es cierto que los medios de comunicación tienen tendencia a succionar y explotar un tema al máximo, por lo que al final el mensaje acaba por perderse y tergiversarse. Sin embargo, obviar el hecho no implica que no exista. Siempre va a haber un tanto por cierto de gente que discrepe en que un hecho sea real o cierto. Sin embargo, las cifras están ahí: 55 mujeres asesinadas en 2017 a manos de sus parejas o exparejas, la última, una chica de 21 años. Solo en España. Y es un tema político, ¡pues claro que lo es! Político, público y que nos debería importar a todos. Que no nos influya particularmente no quiere decir que no nos afecte.
¿Son los jóvenes realmente conscientes de que existe violencia machista a su edad?
No puedo responder algo que no sé. Solo sé que se presentaron más de 300 obras al concurso. Es un paso.
¿Y la sociedad en general es consciente de que existe violencia machista entre los jóvenes?
La sociedad está muy ensimismada en sus propios asuntos como para preocuparse de lo que les sucede a los demás.
¿Qué medidas crees que podrían tomarse (desde instituciones políticas, educativas, sociales, etc.) para luchar contra la violencia machista en la juventud?
Sea en la juventud, sea a nivel global, lo primero y, ante todo, educación. Y desde las instituciones públicas, respuestas más rápidas y eficaces ante los casos de violencia machista. Una orden de alejamiento no es una medida eficaz. Una prisión provisional no es una medida eficaz.
A continuación, Dragón Digital reproduce el relato ganador
ADIVINA QUIÉN
Jugábamos a imitar personajes, tal vez personas. Las reglas eran sucintas: todo valía salvo hablar. La alfombra del salón estaba libre de mesas y artefactos y mi hermana se disponía a alzar un animal de peluche como el cura que oficiaba la misa en el colegio con la oblea. El gesto solemne, esperado, fue más que significativo.
– ¡Eres Rafiki en el Rey León!
Llevábamos más de veinte acertados y el juego se complicaba. En mi siguiente turno fuimos al dormitorio de mis padres, me eché un abrigo por encima, me puse un sombrero e hice como si fumara un cigarrillo y apagase en la lengua. Mi hermana no tuvo ninguna duda aunque hubiese introducido la variable de la realidad.
– ¡Eres el tío Nardín!
Ella ya no sabía qué hacer. Miró todo el cuarto y parecía que no le venían las ideas. De repente se le iluminaron los ojos.
– Sal cinco minutos y vuelve a entrar.
Habían pasado casi diez y yo llamaba a la puerta sin que mi hermana me respondiese. Crucé el umbral, el edredón cubría un bulto tapado hasta la cabeza. Me acerqué a la cama. No había movimiento y le pregunté si estaba dentro. Nada. Entonces agarré la esquina de la sábana y descubrí el escenario que había preparado para mí con minuciosidad estricta: la almohada pintada con topos discontinuos de pintalabios carmín; el ovillo de posición fetal; el colorete morado alrededor de los párpados, amarilleándose en los pómulos; la mirada perdida, como de ausencia.
Me quedé observándola unos segundos, igual que las tantas veces que lo había hecho antes. Después, grité:
– ¡Qué fácil! ¡Eres mamá!
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