El aumento de los casos de coronavirus ha hecho que la distribución de los hospitales cambie por completo. El Hospital Royo Villanova (Zaragoza) cuenta con cinco plantas, de las cuales en marzo se destinaron la mitad a pacientes COVID-19. Mientras tanto, la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) ha estado prácticamente ocupada por pacientes con esta enfermedad. Esta es la unidad que más tráfico genera, pues decenas de sanitarios trabajan en ella cubiertos bajo numerosas capas: uniforme, bata, mascarillas e incluso gafas esconden su identidad. Hasta tres veces pueden llegar a cambiarse de ropa en un turno de trabajo, lo que lleva no solo a un cansancio físico, sino también mental.
Escasez de materiales
En la entrada al hospital se ofrece hidroalcohol para el lavado de manos y se exige el uso de mascarilla en todas sus instalaciones, tanto para sanitarios como enfermos. Durante todo el turno de trabajo, estos profesionales deben ir con una mascarilla FFP2 y una quirúrgica encima. Es al entrar a la UCI cuando se incorpora la máscara y todo el Equipo de Protección Individual (EPI). En muchas ocasiones, este no era suficiente, llegando a utilizar bolsas de basura como batas: «Algún día hemos tenido que llevar bolsas de basura en lugar de las batas impermeables. Nos dieron unos chubasqueros cortados de forma que el gorro nos servía para atar el cuello y, luego, en las mangas adaptábamos unos manguitos de plástico», comenta Abel Pisa, enfermero de la UCI del Hospital Royo Villanova. El no contar con medios suficientes para realizar su trabajo era una presión añadida a la que ya sufrían estos profesionales.
Colaboración y apoyo ciudadano
Para poder continuar con su labor, estos centros sanitarios han recibido numerosas donaciones de material, e incluso de comida, mayoritariamente suministrado por empresas, «La comida ha sido una pasada, nos han llegado a traer hasta kebab, Telepizza… Por ejemplo, Chocolates Lacasa nos ha traído una barbaridad de cosas, todos los días teníamos algo para comer o para cenar. También con la máquina de café, si te descargabas la aplicación de Éboca era gratis», añade Abel. Empresas como Seat también han dedicado parte de su producción, en los peores momentos, a fabricar respiradores para esta unidad.
La solidaridad e involucración de la ciudadanía han facilitado la labor de estos sanitarios. Este hospital zaragozano fue uno de los primeros de España en adaptar las gafas de snorkel para los respiradores y enseguida se hizo eco de ello: «Si necesitábamos 40, en dos días teníamos 200», confiesa Pisa.
La presión de ser la familia más cercana
Desde el mes de marzo han sido cientas las personas que han pasado por esta unidad, de todos los perfiles, desde jóvenes sin patologías previas a ancianos. Como bien conocemos, no en todos los casos se han recuperado, pero aquellos que, de nuevo, vuelven a estar estables les llena a los profesionales de satisfacción «Cuando los ves salir, piensas en el momento en el que les pusiste el tubo, luego un respirador, la mascarilla de oxígeno, cuando empezó a comer, cuando pudo levantarse al sillón… Cuando ves que se va a planta es porque ha ido bien, te sientes muy bien», confiesa el enfermero.
En muchos casos, son los propios sanitarios los que se ven reflejados en los pacientes y en las familias, lo que les crea un mayor vínculo con estos y mayor dificultad para continuar con su trabajo, tal y como le ocurrió a Abel: «Vinieron unos familiares a despedirse de su padre y se lo encontraron con un tubo en la boca, sin hablar, en estado de coma prácticamente, ya para morir. Vinieron las hijas, la mujer y el padre. Al final, te ves reflejado y tener que entrar a ver a tu padre con todas las batas, guantes, dos mascarillas, un gorro y no poder ni darle un abrazo para no contagiarte, se hace muy duro. Te vas a casa chafado».
En el otro punto de la historia se encuentra Aaron Pallarés, un joven sin patologías previas que fue ingresado en esta UCI por complicaciones en su diagnóstico. Más de una semana en la que únicamente recibía visitas de los sanitarios del hospital sin conocer que existía fuera de su habitación: «No te enteras de nada. Estaba aislado completamente, ni siquiera sabía cuál era la situación del hospital». En este punto los profesionales juegan un papel importante en el que se convierten en sus compañeros, en su familia más cercana, y también como vehículo de contacto con esta: «Nos llegaron las tablets, descargamos Skype y alguna otra app y ellos se van conectando con sus familias. Los que están bien se conectan casi todos los días y, además, las tenemos en el cabecero de la cama adaptadas con un palo y ahí pueden ver películas, la tele, escuchar música…», añade Pisa, pues esta es la forma de contacto más directa con el exterior desde la habitación del hospital.
¿Se cuida de los que nos cuidan?
Una situación complicada, tanto para pacientes como profesionales, enfrentarse a un virus desconocido, sin recursos y con apenas conocimientos es el momento en el que aparece el miedo. Sin embargo, en estos sanitarios su vocación va por delante de, incluso, la salud, «Desde luego, si me hubiera tocado esta pandemia en un sitio donde no hubiera COVID-19, me habría hasta enfadado porque, al final,si eres enfermero estás para esto», confiesa Abel. Esto no quiere decir que no aparezca la fatiga psicológica y aumenten las patologías en cuanto a estrés, depresión y ansiedad, pues Celso Arango, jefe de Psiquiatría del hospital Gregorio Marañón (Madrid) asegura en el diario El País que «viene una ola de trastornos mentales y tenemos que ser innovadores y cambiar la forma de salud mental para llegar a todo. La pandemia va a abrir una brecha aún mayor entre poblaciones de riesgo». Muchos de estos sanitarios en primera línea coinciden en que su profesión siempre ha sido una de las más maltratadas en cuanto a condiciones laborales y en estos momentos, afecta mucho más a los profesionales «Sin ninguna duda, estamos peor: falta personal, hay bajas porque se contagian, no se contrata más personal porque no lo hay… por lo que la carga que tiene que soportar tu compañero es el doble o triple de la que ya existe», cuenta Paco Ortega, enfermero en la UCI de neonatos del Hospital Miguel Servet (Zaragoza).
El trabajo en estas Unidades de Cuidados Intensivos es uno de los más agotadores, física y psicológicamente, pues el limbo entre la vida y la muerte es constante. A su vez, uno de los más reconfortantes, pues que un paciente abandone esta sala supone que todas las horas, capas y sudor han merecido la pena. Es por ello que la salud mental de estos profesionales juega un papel muy importante en esta situación, se convierten en acompañantes, familia y amigos de los enfermos, una carga, en muchas ocasiones, insoportable.
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