Tiene 64 años pero lleva siendo poeta desde los 16. Lo ha hecho casi todo en el mundo de la lírica. Ángel Guinda nos habla de su existencia, de toda una vida en poesía.
Hace 64 años que Ángel Guinda vio la luz por primera vez. Fue un 26 de agosto de 1948 cuando esa luz le conduciría a llevar una vida sin límites. Se lanzó a ella en busca de aquello que le permitiera evadirse de una cruda realidad. Guinda es un hombre que ha vivido en poesía, que se alimentaba de la noche y también de la droga más dura: la palabra. Un poeta apasionado por respirar hasta saciarse de sí mismo. La muerte de quien le dio la vida marcó en él una huella profunda plasmada en la mayoría de sus poemas. Nunca supo lo que era el calor y el amor de una madre. A raíz de allí, adquirió como principal musa el mundo ebrio de la noche y sus vicios, la perdición por las mujeres y la pasión por la velocidad… vivir a mil por hora.
Poeta, crítico, traductor, profesor, editor y un largo etc. Guinda tiene una larga lista de facetas profesionales pero también le aguardan otras tantas personales. Aunque no es el mismo algunas veces, uno y otro se parecen y a veces coinciden. Se define como un “poeta perfectamente inútil”. Tiene poca habilidad con las manualidades como, por ejemplo, con el dibujo. Sin embargo, como trabajador del arte y de la literatura lo ha hecho casi todo. Procura realizar siempre una obra interesante para los demás y no solamente para él mismo. Es un defensor y un activista de la poesía útil. El arte le ayuda a sobrevivir, a resistir contra la brutal realidad que le rodea y a expresar “con palabras de belleza y de música” lo que se quiere transmitir. Sus poemas están llenos de vida pero también de muerte. Es uno de esos poetas que escribe como se vive, contra la realidad pero no sobre ella.
Es una persona “dinámica en lo social y tranquila en la soledad”. Le parece más revolucionaria la felicidad que el dolor. Guinda tiene un don y es la transmisión de alegría. Siempre intenta ser feliz o pretende dar satisfacción a los demás. Es un alma llana. Su aspecto solidario y campechano es cercano entre lo desconocido. Rompe las distancias. Adora la cercanía y el calor humano. No quiere protocolos ni ustedes. Entre los que le rodean, sólo hay palabras cordiales y cariñosas hacia él. Como comentaba una vez su amigo y compañero Nacho Escuín, es un “maestro de la vida”.
Su poesía te enseña y te hace sentir. Pero nadie es perfecto. Algunos lo consideran una virtud pero él lo ve un defecto: la sinceridad. Guinda es de palabras sinceras aunque la impaciencia también va en su cuerpo. Tiene la necesidad de hacer las cosas siempre pronto. Hay que frenar, vivir y sentir tranquilamente las cosas que te da la vida.
Es un alma inquieta. De pequeño le apasionaba jugar al fútbol. Era veloz y con habilidad para hacer muy bien los regates. Ahora su pasión es el Atlético de Madrid. Es colchonero hasta la médula. La velocidad es otra de las cualidades que va con él. Le excita vivir a mil por hora. Hoy después de 64 años ya vividos, Guinda viviría de nuevo siempre al límite y traspasando límites. Pero también ha sido un temeroso con otras cuestiones. Le dan miedo las dictaduras y pánico los dictadores. Odia la avaricia, el afán de amasar dinero y las guerras. Como para casi todas las familias de clase obrera sus comienzos fueron difíciles, pero todavía lo fueron más con Franco en el poder.
Militante del Partido Comunista reconoce sentir terror durante la etapa franquista. Con el paso del tiempo se tuvo pánico a sí mismo. Miedo a la soledad, al dolor, a volver a ser abandonado.
En su autobiografía epistolar La vida contada, Ángel recuerda una frase de Antonio Murciano que dice: “Enamorarse es la más clara señal de amar todas las cosas”. Efímeros, apasionantes, duraderos y difíciles. Ha vivido muchos enamoramientos y diferentes amores. Su perdición han sido las mujeres. Se ha casado cuatro veces.
Se ha divorciado tres. Todo un Don Juan. La poesía le fue útil para conquistar el corazón de muchas chicas. “Tienes el pelo negro como un trozo de noche”. El mundo de Ángel es vida, muerte, amor y poesía. Cuando somos pequeños tenemos el sueño de llegar a ser en la vida un astronauta, un bombero, un policía, un futbolista, etc… Guinda también quiso ser torero. Le gustaba el riesgo y jugarse la vida. Es un poeta del ruedo. Sin embargo, los deseos de la infancia no duran para siempre. Su padre canceló sus sueños.
De joven sufrió la presión de ser en la vida un hombre dedicado en cuerpo y alma a la Medicina. Ser ginecólogo y salvar la vida de muchas madres. La madre que Guinda nunca tuvo. Pero estos estudios le ponían “enfermo”. Éste no iba a ser el destino de Ángel Guinda. El deseo de encontrarse a sí mismo y darle sentido a su existencia hizo que rompiera esas barreras. El hado se encontraba escrito en los versos de un hombre al que la vida no se había puesto a su favor en muchas ocasiones. Es un poeta por sorpresa.
La lírica puede aparecer en cualquier lugar y en cualquier instante. Un día la poesía le visitó mientras estaba sentado en la plaza de lo que hoy es el actual Paseo de la Constitución de Zaragoza. Tenía 16 años. Es en la adolescencia, época especial y conflictiva de la existencia humana, cuando manifestamos “nuestros sentimientos más primarios como el amor, la soledad, la incomprensión, la necesidad de huir”.
En Guinda comenzó a surgir una estricta necesidad por expresarse y manifestarse. La vida que llevaba le condicionaba a ello. Fue poeta porque no tuvo más remedio que serlo. Su obligación era intentar cumplir lo mejor posible su destino poético. Era otra manera de jugarse la vida en cada verso. Y es que lo realmente importante es que “hay que ser moderadamente feliz”.
El camino que finalmente tomó fue estudiar Magisterio y Filosofía y Letras. Su vocación siempre fue llegar a ser periodista pero nunca pudo porque la economía familiar no lo permitía. Así pues, la enseñanza sería su salida laboral. Lleva escribiendo desde los 16 y dando clase 23 años. Es una profesión que le ha llenado de satisfacción. Con su espíritu joven, es un defensor innato de la juventud luchadora y activista. Apoya a los jóvenes que toman la calle y luchan por sus derechos y libertades. Mientras habla de ellos, sonríe orgulloso de realidades actuales como el l5-M.
Una visión trágica del mundo que le rodea y una posición de perplejidad e incertidumbre hace que ponga trincheras al olvido. La poesía es su aliada. En ella se resguarda y se evade. Guinda tiene por la poesía un amor fuera de lo normal. Es poeta pero no de profesión. La lírica es su forma de vida. Es algo vocacional. Afirma muy seguro que “un poeta nunca lo es por el dinero”.
Una vez el poeta Sully Prudhomme dijo que “la poesía era un dolor”. Guinda es dolor. Su poesía está llena de vida pero también de muerte. En más de una ocasión ha deseado dejar de escribir, sobre todo cuando ha estado inmerso en “poemas tortuosos”. Sus comienzos más difíciles y desafortunados dieron rienda suelta a su imaginación y a la creatividad. Escribe porque cree que nunca podría dejar de hacerlo. Para él es una “posesión”.
Está jubilado. Pero sigue siendo poeta. Guinda encuentra la lírica en una mirada, en la transparencia del aire, en canciones, en la belleza, en la velocidad… Está en casi todas las cosas de la vida. Su poesía, como su vida, es tristeza y alegría. Ha vivido dolor y soledad pero también “el placer intensamente”. Por dentro, es blanco de espíritu y un poco fantasmal. Sin embargo, como los filósofos existencialistas de los años 60, suele vestir de negro o con ropas oscuras. Su color favorito para lucir traje es el gris marengo. Quiere ser elegante pero no llamar la atención. “Los que no somos guapos tenemos que compensar con un poco de elegancia”, explica el poeta.
Guinda es un ser peculiar. Cuando tiene que asistir a una presentación o a una entrevista recobra energías con un chupito de vozka o un Gin tonic. Cuando recita lo hace con pasión y con firmeza. Sus palabras hablan con certeza.
Todos escuchan la vida de Guinda en sus poemas. Escribe sin tapujos de lo que fue y lo que es. Todo cuanto ha escrito lo ha vivido. Se muestra auténtico y transparente con su público. Cuando se despida entre la multitud, muchos lo verán igual que siempre, pero otros pensarán “hoy ha estado diferente”.
Es un trotamundos de los sentimientos y de las emociones. Ha experimentado cualquier sensación y ha tenido todo tipo de pensamientos. Un bohemio de la vida. Guinda parece recordar al cantautor
Joaquín Sabina, un hombre también de mucho mundo. Lo admira y lo conoce personalmente. Sin embargo, la diferencia entre ambos radica en que “la poesía es palabra de música y la canción es palabra con música”. Cuando le preguntas por él sonríe y lo define como “un poeta digno”.
Su mayor adicción ha sido y será la palabra. Sus versos son profundos y agudos. Guinda siempre defiende que “la palabra es un ser vivo porque nace, se reproduce, muere, mata y resucita a los demás”. Un poema tiene que dejar huella y atravesar al lector. Darle fuerza o una enseñanza para seguir adelante en su aprendizaje como ser humano. Para él “expresarse es vivir”.
La palabra le hace posible esa necesidad que tiene por comunicarse. Su poesía es intensidad. Tiene ritmo y vida. Es humana, auténtica, solidaria, comprometida con los demás y con los más desfavorecidos de la tierra. En ella, se busca a sí mismo. La define como una “tendencia inevitable hacia el antropoema, cuyo tema es un caso humano”.
Como cualquier otro ser humano, también tiene pasiones y adicciones. De joven utilizaba determinadas sustancias para abrirse puertas y ventanas a otras realidades, entre ellas, el alcohol, el LSD y la nicotina. Guinda se ha fumado la vida. Pero la vida se lo está fumando a él.
Lleva 40 años consumiendo dos paquetes diarios. Su pecho es un volcán constante, por ello, su meta es dejar de fumar. Se convirtió en un ser perdido que deambulaba por los bares nocturnos. Se bebía las calles de la ciudad. Fue un hombre que respiraba hasta el último aliento el aire de Zaragoza, que buscaba en cada rincón un verso para finalizar un poema. El Ángel Guinda de ahora es también un ser perdido. Tiene un enorme problema con la orientación espacial. Lleva 25 años en Madrid y cuando está en el centro todavía sigue preguntando a la gente.
Correr y escapar. Así podría resumirse la vida de Guinda. Una vida siempre al borde del abismo y evadiendo una realidad que le atormentaba. Pero después de la lluvia siempre escampa, y como rayo en la oscuridad, la calma apareció en los años 90.
Tenía 38 años cuando puso rumbo a Madrid. Siempre soñó con vivir en ciudades grandes como lo hicieron alguno de los poetas de su tradición literaria, por ejemplo, Gustavo Adolfo Bécquer.
Madrid le devolvió la paz que tanto buscaba. Fue su analgésico. Se marchó para curarse de su adicción al alcohol. Allí nadie lo conocía. Se fue en busca de un refugio para sí mismo alejado de leyendas y rumores. Lo consiguió. En su vida hay que mencionar al poeta Leopoldo María Panero, un hombre que marcó su literatura y la cubrió de miedos y paranoias. Guinda estaba viendo “la ruina humana que físicamente estaba llegando a ser Leopoldo” y decidió no autodestruirse más de la cuenta. Poemarios como ‘Conocimiento del medio’, ‘Biografía de la muerte’ o ‘La llegada del mal tiempo’ son reflexiones fabricadas en su etapa madrileña. Una poesía que habla de soledad, de tristeza y del paso del tiempo. Sus relaciones personales quedaron en Zaragoza y, con, ello su vida y su pasado.
Lejos de su tierra natal, Guinda sigue en los recuerdos de los aragoneses. En el 2010 recibió el Premio de las Letras Aragonesas. No es muy “amigo” de los premios literarios pero reconoce que esto “le reconcilia con su tierra”. Una tierra que abandonó hace 25 años.
Siempre que su memoria parece recordarle el pasado, Guinda habla mirando hacia abajo. Algún día piensa regresar a su hogar y vivir eternamente en él. “Ángel Guinda acaba cerca del horizonte donde sigue la vida, donde empieza el Moncayo allá en Trasmoz”.
Escrito por: Rocío Ortega, alumna de 2º de Periodismo en la Universidad San Jorge.
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