El colegio es el lugar en el que he pasado los mejores momentos de mi infancia y el que me ha enseñado las lecciones más importantes de mi vida. Tendría quince años cuando mis profesores nos revelaron en clase que una niña del colegio llamada Beatriz estaba enferma. Todas las mañanas, desde entonces, rezaríamos por ella.
La niña era dos años más pequeña que yo, pero eso no fue razón suficiente para que todos los alumnos de mi clase sintiésemos un enorme recelo hacia su persona. La criticábamos y la juzgábamos por cada cosa que nos contaban de ella. Sabíamos que los profesores iban a visitarla a su casa y le explicaban todo lo que íbamos aprendiendo en clase. Para nosotros eso era “enchufe”. Todos deseábamos estar enfermos como ella para poder dar las clases en la cama. ¿A qué niño no le gustaría tener a los profes para él? ¡Qué ignorantes éramos!
Todos los alumnos del colegio conocíamos de vista a su madre. Desde el día que supimos que los profesores iban a su casa a dar clases a su hija la mirábamos con recelo, como si tuviésemos algo que envidiar de Beatriz.
En junio se celebraba en mi colegio una fiesta de fin de curso a la que asistíamos todos los alumnos. Y allí estaba Bea. Seguía estando enferma. Iba en una silla de ruedas empujada por su madre y llevaba un pañuelo blanco en la cabeza. Todos la observábamos con curiosidad. Ella siempre sonreía.
Tenía los labios morados, inflamados y sumamente secos. Unas enormes ojeras tapaban la mitad de su cara ahora famélica -antes era una chica más bien rellena-. Entre varios profesores la subieron a un escenario situado en el centro del recreo y comenzó su discurso.
A Beatriz le habían descubierto un tumor maligno en el tobillo. Cáncer de huesos. La niña iba en silla de ruedas porque su pierna izquierda terminaba en la rodilla. Llevaba un pañuelo en la cabeza porque había perdido el pelo debido a la quimioterapia y los profesores iban a su casa porque médicos le habían recomendado no moverse de la cama durante siete meses y ella no quería repetir curso.
A los cinco meses de aquella fiesta y de aquel aciago discurso nos reunieron a todos en el salón de actos del colegio. La madre de Beatriz venía a agradecernos lo comprensivos que habíamos sido con su hija y el apoyo que había recibido de los profesores. Tras amputarle media pierna a su hija pensaban que el cáncer había desaparecido, pero una metástasis al pulmón acabó con su vida.
Escrito por: Vanesa Ramos, alumna de 2º de Periodismo en la Universidad San Jorge
Fotografía por: Sergio Lacasa
Comentar