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Hacer un graffiti al estilo gonzo

Las cálidas temperaturas que, solo hace unos días, despertaron a las flores de su letargo vegetativo han desaparecido drásticamente en la ciudad del agua. Abrigos, bufandas y rostros con expresión de frío vuelven a desfilar por las calles que ven anochecer un diecinueve de abril a  la ciudad de Zaragoza.

El estar a cinco grados y con vientos de dos kilómetros por hora es la excusa perfecta para poder encapucharme bajo una amplia sudadera. Hagas lo que hagas, siempre que esté al margen de la legalidad cuantas menos personas puedan reconocerte mejor. Alex lo sabe bien, pese a tener solo 23 años ya ha tenido algún que otro altercado policial por llevar a la práctica lo que él denomina “arte urbano”.

No es poeta ni amigo de mostrar sus sentimientos, su oído musical se curte al ritmo del rap francés de Sniper, ni siquiera recuerda el título del último libro que leyó, y  puede que sea por todo esto por lo que para él, el graffiti es un arte ilegal que demuestra las aptitudes y sentimientos del que posee el espray.

Lo cierto es que algo debe de tener este acto vandálico que cuenta con más de cincuenta años de historia reconocida. La Real Academia de la Lengua Española designa al término grafiti, graffiti o graffire la acepción de grafito con el plural de grafitos. Esta pintura peculiar es uno de los cuatro elementos básicos de la cultura hip hop que vivió su estrellato a mediados del pasado siglo en forma de movimiento social y artístico.

Ya los romanos mostraban interés y entusiasmo en plasmar sus nombres en lugares públicos, no hay más que visitar las termas de esta época en nuestra ciudad para verificarlo. Insultos, declaraciones de amor o propaganda política son algunas de las vertientes más repetidas a lo largo de los años de la mano de aerosoles o corchos quemados.

Siendo realistas, la mayoría de jóvenes que personifican, en la actualidad, las calles a su antojo desconocen de la importancia social que tuvo en su día unos cuantos garabatos. Solo en Manhattan, un grupo de graffiteros en los años 60 y 70 provocaron con sus denuncias sociales plasmadas en paredes un gran cambio social en todo el país.

Pero mi objetivo y el de Alex no  es el de denunciar nada o provocar transformaciones sociales de algún tipo. Buscamos la ansiada libertad, el romper con lo establecido, el poder salirnos del camino marcado enseñándole al mundo la explosión de emociones que todos llevamos dentro.

Para llevar a cabo nuestro cometido, nos dirigimos, bajo varias capas de ropa, al polígono abandonado en el barrio de Valdefierro.  Vaqueros, deportivas con las que poder correr “si la cosa se pone fea”, varias camisetas y una suave y mullida sudadera es lo que llevo a modo de atuendo. Al llegar al barrio que va a ser testigo de nuestra obra maestra, doy gracias a Dios por no llevar nada de valor conmigo. Pese a que no llevamos más de quince minutos de camino montados en un Golf azul marino que no ha pasado desapercibido, ha sido como hacer un viaje en el tiempo o, al menos, a un lugar muy lejano.

Las amplias y cuidadas urbanizaciones de Vía Hispanidad contrastan con humildes casas unifamiliares de una sola altura que conforman las vistas más cercanas del polígono. Durante el trayecto, numerosos niños de etnia gitana que parecían no tener frío nos han dado la bienvenida. Corrían y gritaban unos y otros por las estrechas calles indistinguibles ajenas a cualquier iluminación pública. Todos parecían conocerse y poseer en la mirada la desconfianza y la intriga de quiénes éramos y qué íbamos a hacer ahí.

Lo que ellos no sabían es que no eran nuestro destino sino el puente a nuestra superficie de dibujo. Alex siempre ha sido creativo, amante del dibujo y amigo de la rebeldía sin causa, por ello, desde que probó a firmar con un posca (marcador compatible con todo tipo de material) tímidamente en una pared a los trece años no ha podido dejarlo. Confiesa sentir toda una amalgama de sentimientos con el dibujo y se atreve a diferenciarlos en dos vertientes: mientras que con la pintura legal consigue una relajación y persigue una gran perfección, al margen de la ley experimenta una excitación y morbo solo comparable con el sexo en lugares inadecuados.

El final de nuestro trayecto es dantesco. Desfilamos por un descampado en el que cuesta ver el suelo. Cristales, bolsas, maderas, juguetes rotos, muebles inservibles, piedras, bicicletas sin ruedas ni sillines, matojos, cadáveres de botellas que alguien ha utilizado a modo de dianas… Un cementerio viviente de inmobiliario desfasado. Aunque mi guía me había advertido que esta parte de la aventura no me iba a gustar demasiado no imaginaba encontrar algo como aquello y pese a mi asombro, lo peor estaba por llegar.

Tras los que, posiblemente, hayan sido los 200 ó 300 metros más largos de toda mi insignificante vida, encuentro un muro de unos dos metros de altura y gran grosor que supongo que tendría mucho que contar. Hace un tiempo esta tapia vestía tonalidades marrones grisáceas pero poco queda de esos buenos tiempos. Alex me indica que tenemos que atravesarla por un agujero que no sé como ha sido provocado en el pasado y prefiero no preguntar.

Soy la primera en cruzarla. Me agacho preguntándome a mí misma en qué maldito momento decidí realizar el trabajo de periodismo gonzo sobre este tema. Cuando consigo reincorporándome aparece ante mis ojos un paisaje llenó de naves abandonadas que sufren los caprichos de la intemperie y de toda persona que decida acercarse hasta ahí para hacer, con total seguridad,  nada bueno.

Siento una punzada de nostalgia a la vez que un miedo atroz que me hace buscar rápidamente a Alex con la mirada mientras me aseguro a mí misma que no me voy a alejar de él en ningún momento. Imagino cómo hace unos cuantos años, todos esos ladrillos desordenados y semidestrozados dieron forma a la ilusión y proyecto de empresarios similares a los que ahora diseñan sus polígonos en el parque movilístico de Plaza o en la Muela. Sin embargo, con el paso del tiempo habrían decidido abandonarlos a su suerte para emprender un nuevo proyecto… Es típico de los hombres y, al fin y al cabo, son solo materiales de obra que ni sienten ni padecen por lo que me siento aun más estúpida que hace unos segundos mientras a gatas traspasaba la tapia.

Son exactamente las 20: 47 horas y la llegada de la noche dibuja formas preciosas en el cielo combinando los grises y negros con los azules y rosas. Me encanta ver anochecer pero espero no volver a repetir la experiencia en este lugar. Alex ya ha escogido lienzo y, por ello, nos acercamos a uno de esos desprotegidos edificios. Su esqueleto se encuentra en perfecto estado pero es lo único. Sus paredes han sido violadas por Alex y sus colegas en más de una ocasión por lo que no duda en mostrarme orgulloso sus obras. Letras perfiladas en rojos y platas enuncian sus pseudónimos.

Mientras Alex sigue con su contemplación se me ocurre la “genial” idea de adentrarme en el interior de la casa. Graso error. Botellas rotas, bricks de vino barato vacíos, jeringuillas, escombros, algo que parece un trapo, preservativos… Un Alex alertado entra a por mí aconsejándome salir del interior cuando a lo lejos veo como una rata sale corriendo en la otra dirección. Es la segunda rata que veo en mi vida y aunque no entiendo qué comerá en ese lugar para sobrevivir doy fe de que está bien alimentada.

Resumiendo: es prácticamente de noche y me encuentro en un polígono desolado para ver exclusivamente como un amigo de una amiga, Alex, me hace el favor de pintar un graffiti ante mis ojos a cambio de un autógrafo con dedicatoria que le conseguí el martes de Tomas Guasch. “Para Alex con un consejo: lo de ser culé se opera y sin dolor. Un abrazo de todos modos”. Hasta ese momento me había parecido buen trato, él estaba ilusionadísimo con su trozo de papel y a mí me atraía la pintura prohibida.

El graffitero nota que no me siento nada cómoda en ese lugar, que tanto mi sonrisa como preguntas constantes han desparecido para dar paso a una cara de preocupación y expectación. “Venga, pinto algo rapidito y luego te dejo a ti probar”, son las palabras que dan  paso a la creación de la noche.

Andamos unos metros alejándonos de mi amiguita la rata y escoge un espacio de pared virgen. Destapa el aerosol y con suma rapidez traza en azul el nombre de “Birlas”. Con un par de esbozados ha quedado prácticamente perfecto. Señalo que con ese pulso podría ser cirujano en vez de ingeniero y Alex se ríe mientras cambia el frasco azul por uno plateado con el que sombrea su obra. Se aleja unos metros y observa. Me pregunta qué le cambiaría, le digo que nada. No parece tener suficiente con el criterio de  una inexperta y decide pintar también el interior.

Le observo minuciosamente mientras graffitea. Primero destensa su cuerpo: nuca, brazos… Mira unos segundos la pared achinando ligeramente sus ojos verdes y de repente, mueve su brazo sin dudar en ningún momento del trazo que hace y del que le seguiría. El resultado es un Birlas con letras redondas y unidas, silueta y cuerpo azul con sombras y algún detalle en plata. El ambiente se ha impregnado a un olor indescriptible, mezcla entre pintura y petardo. No tarda más de cinco minutos, seis a lo sumo, y su cara es de total satisfacción. Me confiesa que se siente liberado, como si hubiera roto algo que le ha atado, una sensación similar al jarro de agua que te refresca una noche calurosa de verano… No entiendo lo más mínimo de este tipo de pinturas pero por lo que he podido investigar en los últimos días sobre el tema me atrevería a afirmar que la tipografía que veo ante mis ojos es la Bubble Letters o letras pompa. Fueron bautizadas así en los años 70 las letras grandes, huecas, bien formadas, coloreadas y flipadas.

Intento contrastar mi sospecha con un Alex que entre carcajadas me dice “Ahora prueba tú y dime que sientes”. En este instante soy yo la que tiene el poder o al menos, el aerosol en mano. Elijo el plateado ya que intuyendo que mi dibujo será pequeño quiero que al menos destaque entre el resto. Dudo sobre qué dibujar o escribir. Nunca se me ha dado bien lo primero y si escribo… ¿El qué Dios mio? No tengo ningún tipo de apodo, no estoy tan loca como para escribir mi nombre en un lugar así, no se me ocurre palabra alguna que plasmar ahí ¿Qué palabra es adecuada en una fábrica abandonada? Alex me mira esbozando media sonrisa y con cara de expectación.

Voy a hacer mi primer graffiti y no estoy nerviosa por hacer algo ilegal sino por no saber qué perfilar. Miro a los lados en busca de la inspiración pero no hay ni rastro. Miro hacia arriba y descubro que al menos las estrellas no se han olvidado de ese lugar y cubren el cielo. Ya está, mi musa llega en forma de asteroide. Agarro el bote con fuerza y decido perfilar una estrella siguiendo los pasos que me enseñaron de pequeña en el colegio. De abajo, hasta casi arriba, izquierda, hacia abajo y hasta el punto donde ha comenzado todo. No es demasiado grande pero me siento muy orgullosa de ella. Es la primera cosa al margen de la ley que hago después de beber en minoría de edad.

Tengo tanto miedo de estropear mi estrella que no quiero ni pintarla o sombrearla. “Es muy bonita ¿verdad?” le apelo a Alex. Este se echa a reír y me repite las mismas preguntas que yo le he hecho durante todo el camino. En primer lugar me he sentido inquieta por no saber qué plasmar para más tarde sentirme nerviosa, quería hacer mi estrella bien, al igual que todos los que han pasado por delante han rozado la perfección en forma de dibujo. Posteriormente, me he llenado de orgullo. Objetivo conseguido, mi estrella plateada acompañará a la abandonada fábrica a partir de hoy. Sinceramente, no he sentido nada por lo que valga la pena pasar frio, miedo y asco, al ver una rata como aquella, nuevamente en el futuro pero, al menos, siento que tendré algo “alternativo” que contar a mis hijos.

Son muchos lo que no entienden la necesidad de tener que utilizar fachadas para plasmar los sentimientos o dotes artísticas de una o varias personas. Yo prefiero abstenerme de juzgar u opinión sobre el tema pero sin lugar a dudas, veo necesario destacar el papel adoptado por los medios de comunicación.

En la década de los 60, la prensa quedó totalmente hipnotizada ante estos magníficos dibujos coloreados con aerosoles y breves eslóganes políticos que enganchaban a todo aquel que lo leía. Por ello, durante más de una década se hicieron eco de todo lo que acontecía respecto al tema incluso aportando ideas en sus páginas: “¿Cómo perfilarían a tal personaje público?”. Prensa y Grafitis vivieron una auténtica dependencia en los Estados Unidos. Los graffiteros buscaban repercusión social aunque no fama y los medios estaban presentes en las actividades que realizaban un grupo de grafiteros que supuestamente conformaban la élite. Incluso en 1974 Richard Goldstein lanzó a la fama a una generación con un extenso artículo de tirada internacional.

Pero la época de esplendor duró poco y en 1980, una mala fama y prestigio social empezó a perseguir a estos grupos sociales. El país en el que todo hijo de vecino puede poseer un arma, puso en marcha el «Clean Train Movement», el movimiento tren limpio, restringieron la venta de pintura a los jóvenes y tomaron todo tipo de represalias contra los graffiteros. Brigadas especiales, asociaciones de vecinos y las autoridades pertinentes comenzaron a perseguir, juzgar y condenar a todo aquel que plasmase algo en trenes, paredes o cualquier tipo de inmobiliario de la vía pública. Los medios de comunicación respaldaron en todo momento esta persecución y aun hoy, no se ha reconciliado con este grupo social. La Ley de Péndulo o los intereses ocultos provocaron que difundieran los inconvenientes y consecuencias negativas que provocaban en la sociedad aquello que habían alabado durante veinte años.

Imagino que no me haría ninguna gracia que, el día de mañana mi casa apareciera con algún tipo de pintada o eslogan político por muy cierto que fuera pero he de reconocer que esas ovejas negras de la sociedad hacen auténticas obras de arte muy alejadas del vandalismo y del hacer mal porque sí. Pero pasa lo de siempre, que luego hay unos cuantos, los que menos técnica y creatividad tienen normalmente, que montan mucho ruido y acaban con el prestigio de los que sí valen y respetan en la medida de lo posible.

Actualmente, las grandes ciudades cuentan con espacios habilitados para poner en práctica estas técnicas pero son los que menos. Supongo que a todos se nos haría raro ir a un polígono en el que no estuviera todo lleno de grandes dibujos o palabras de las que no entendemos el significado por ser el pseudónimo de sus autores. Aunque a mí no me ha enganchado lo más mínimo, sí es cierto que este tipo de pintura está cada vez más presentes en nuestra sociedad. Por ejemplo, el colegio La Salle Santo Ángel cuenta en su fachada con un graffiti que enuncia su nombre y que ha sido realizado, de manera autorizada, por sus alumnos.

Bajo mi punto de vista, todos debemos de esforzarnos y colaborar en la tarea de alcanzar un consenso en el que los graffiteros, que realmente valen, puedan pintar de manera respetuosa y, a su vez, la sociedad se quite los prejuicios ante su figura.

 

 

Universidad San Jorge