Noviembre afrontaba su recta final. El frío y el cierzo dominaban Zaragoza, y los adornos navideños –cada vez más prematuros– se preparaban para dar la bienvenida al último mes del año. Aunque era miércoles, el agobiante calendario podía haber marcado cualquier otro día de la semana. La jornada se aproximaba a su ecuador, los restaurantes atendían a los comensales más madrugadores y parte de los alumnos –sonrientes– abandonaban apresurados las aulas como si no las fuesen a pisar jamás. Inmerso en la vorágine de la rutina, mientras caminaba actualizando mi timeline de Twitter, descubrí la impactante “noticia”: el Papa había dicho que el buey y la mula no tienen cabida en el portal de Belén.
Un polémico mensaje, “recogido” en La infancia de Jesús (última obra de Benedicto XVI), que a pocos dejó indiferente. Creyentes, agnósticos y ateos se enzarzaron en múltiples discusiones a raíz de la “primicia” que inundaba periódicos e informativos. Así, las redes sociales se convirtieron en un hervidero de mofas, burlas y opiniones que, por la ausencia de un criterio propio, descansaban en lo habían publicado los medios de comunicación. Ante esta situación –de máximo desconcierto– me preguntaba lo mismo que un buen puñado de gente, y que un amigo cercano me formuló ese mismo día: “¿Habrá que postergar las dos míticas figuras en el trastero?”.
Según los artículos de diversos periodistas, la respuesta es sí. Inexpugnablemente. El País, por ejemplo, publicó lo siguiente en la mañana del día 21: “El Papa afirma que no había ni mula ni buey en el portal de Belén”, mientras que El Periódico explicó: “Ahora que se acerca la Navidad, habrá que revisar cómo montamos el pesebre. Al menos si atendemos a las últimas consideraciones del Papa en su libro La infancia de Jesús”. Una información respaldada por agencias como Colpisa, que lo tuvo claro a la hora de titular: “Ni mula ni buey: el Papa pone patas arriba el portal de Belén”. Otros, en cambio, le dieron un toque más cómico siguiendo la misma línea: “No sabemos el nivel de paro que existe entre bueyes y mulas, pero lo que queda claro con este ERE imprevisto en el Portal de Belén es que el paro en esas categorías ha aumentado”.
Sin embargo, la lectura sosegada de la obra pone de manifiesto una realidad diferente. El Santo Padre no renuncia a ellos. Al contrario. Señala que “el pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen”, y si bien reconoce que el Evangelio no los menciona, explica que “la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna” (página 76). Para ello, se apoya en la profecía de Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no me comprende”.
Al contrastar estas palabras con los extractos publicados en los medios de comunicación –algunos citados anteriormente–, uno se da cuenta, por un lado, de la falta de rigurosidad periodística. Por otro, del poder que tienen los profesionales de la información, que han conseguido calar en la sociedad un mensaje distorsionado. ¿Acaso no es manipular poner en los labios de una persona algo que no ha dicho? El periodista, ante todo, se debe a la verdad. Su respeto constituye un compromiso ético de primer orden, por lo que documentarse debidamente, contrastar y huir del sensacionalismo suponen tres pilares básicos para evitar fenómenos de desinformación masiva como el abordado en este artículo. Y es que no estamos discutiendo si es cierto lo que dice la máxima autoridad de la Iglesia católica, sino si ésta dijo lo que le atribuyen los medios.
Una falta de profesionalidad y compromiso deontológico que justifican el origen de muchos de los comentarios vertidos en la Red, como el que un joven incorporó a su perfil de Facebook apenas diez horas después de saltar la noticia: “Me da igual lo que diga Benedicto. Yo pienso ponerlo como siempre”. Lo que este usuario no sabía es lo que, en verdad, había dicho el Papa: “Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno” (página 77). Una víctima más. Mientras tanto, salvo los que hayan decidido comprobar in situ las palabras del teólogo Ratzinger, seguirán preguntándose cómo armar el Belén este año. Son los efectos de un periodismo mal practicado, más preocupado de generar impactos que de servir a la sociedad.
José María Albalad (@jmalbalad) es Licenciado en Periodismo y Máster en Marketing y Comunicación Corporativa por la Universidad San Jorge (USJ). Con estudios en Psicología por la Universidad Oberta de Cataluña, se encuentra en la USJ haciendo el Doctorado en Comunicación, al tiempo que realiza labores docentes y de investigación en el área de Redacción Periodística. Ha trabajado en Heraldo de Aragón, Grupo Informarcal y Cope Zaragoza, donde colabora a día de hoy. Ha sido jefe de prensa del Equipo Ciclista Caja Inmaculada (CAI) y webmaster de la Academia Aragonesa de Jurisprudencia y Legislación.
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