Entrevistas

José Antonio Dueñas, ex militar: «He invertido demasiado tiempo en demostrar lo que valgo con una prótesis»

José Antonio Dueñas Valverde, un exmilitar perteneciente al Cuerpo de Paracaidistas del Ejército Español, ha emprendido una larga batalla por mantener su puesto en las Fuerzas Armadas, después de una heroica recuperación, y tras sufrir un accidente de tráfico que la causó la amputación de una pierna. Esta es la historia de un valeroso soldado cuya mayor lucha no ha sido contra su discapacidad, sino contra el «no» de la institución a la que ama, y a la que desea regresar.

Por Paula Cámara

Dueñas ha demostrado que su valía personal y física no depende de una prótesis, pero su anhelo de volver al Ejército no se ha cumplido.

¿Cómo ocurrió el accidente?

Iba en moto y me salí de la carretera al acercarme a una curva hacia la izquierda, de unos 90 grados. A la velocidad a la que iba no la podía trazar. Tuve que escoger entre estrellarme contra un guardarraíl o aventura. Y escogí aventura. Despegué y al caer perdí el conocimiento.

¿Cuánto rato estuvo inconsciente?

Durante dos minutos. En la recta donde encontré la curva, miré el reloj y eran las 11:39 horas y, al despertarme tras el accidente, eran las 11:42 horas.

¿Qué sensación tuvo al despertarse?

Tras la agitación del golpe me faltaba oxígeno y tenía una sensación que me oprimía todo el cuerpo. No era consciente de lo que me había ocurrido, pero sabía que algo no iba bien porque mi pierna tenía una posición muy extraña y mi sangre me mojaba dentro del mono. Envié mensajes de socorro a mis contactos de WhatsApp, pero no se enviaban los mensajes; no tenía cobertura. Así que llamé al 112, pero no era capaz de decir en qué punto kilométrico me encontraba.

«Escuché que uno de los enfermeros preguntó: “¿Llamamos al helicóptero?”. El médico contestó: “Si llamáis al helicóptero, no llega vivo».

¿Cómo consiguió que lo localizasen?

Yo iba con un grupo de motoristas haciendo un recorrido de Caspe a Mequinenza, pero ninguno de mis compañeros me vio salirme de la carretera. Yo iba el segundo y cuando llegaron todos a Mequinenza se dieron cuenta de que algo no iba bien. Había tenido un accidente, pero no sabían dónde. Yo oía todo el rato pasar motos, pero no tenía fuerzas para gritar; ni me habrían escuchado. Al cabo de una hora, escuché una voz y con gritos de socorro lo guie hasta mí.

¿Llegaron pronto los servicios de emergencias?

No. A las dos horas del accidente apareció Protección Civil, pero solo pudieron taparme con una manta para evitar que el sol me abrasase. Luego vino una ambulancia que se encontraba en las fiestas de un pueblo cercano, pero solo estaba preparada para pequeños golpes o contusiones. Una chica salió de la ambulancia con un collarín y mi compañero pidió por favor que llamasen a una UVI móvil.

¿Qué hicieron cuando llegaron al lugar donde se encontraba?

Me pusieron ocho bolsas de sangre para estabilizarme. Me acuerdo que escuché que uno de los enfermeros preguntó: “¿Llamamos al helicóptero?”. El médico contestó: “Si llamáis al helicóptero, no llega vivo. Hay que llevarlo a Lérida”.

¿Tuvo mucho dolor?

Durante la primera hora no, supongo que por la adrenalina. Cuando el dolor apareció, iba en aumento. Cuando llegué a quirófano la anestesista mantuvo la mascarilla un poco alejada de mi rostro para evitar el agobio que algunos pacientes sufren cuando se la colocan en la cara; sin embargo, yo estaba tan desesperado que le cogí la mascarilla, me la pegué a la cara e insuflé hasta dormirme.

Durante la espera, ¿tuvo la sensación de que iba a morir?

No. Fui muy positivo, la actitud no era derrotista, aunque finalmente no gané. No perdí nunca la esperanza.

¿Qué le dijeron a su familia durante la operación?

Mi madre, nada más llegar, preguntó si conseguirían salvarme la pierna y la anestesista le dijo que la pierna era lo que menos le preocupaba, porque me estaba muriendo.

¿Qué sintió al despertarse tras la operación?

Miré el reloj y eran las tres de la mañana, habían pasado unas 12 horas de operación. La sensación fue muy rara, estás todo ese tiempo soñando y me desperté rodeado de personas en coma, en estado vegetal y personas muy mayores. Fue una reacción muy intensa y desagradable.  Lo primero que hice fue destaparme y respiré aliviado al verme la pierna.

«Mi madre preguntó si conseguirían salvarme la pierna y la anestesista le dijo que la pierna era lo que menos le preocupaba, porque me estaba muriendo».

¿Qué le habían hecho durante la operación en la pierna?

Habían intentado generar un canal desde mi pierna ilesa a la otra para que pudiese pasar la sangre y dar la oportunidad al tejido de regenerarse. El primer día, los médicos dijeron que todo había salido bien; pero -a partir del cuarto día- yo notaba el hedor de mi pierna que moría.

Ante esa situación ¿qué hicieron los médicos?

Me hacían curas a diario. Tras 21 días me trasladaron al hospital Quirón en Zaragoza. Al llegar, me dijeron algo que en ese momento no entendí, pero ahora sí que entiendo: “Si hubiese llegado con esa lesión a nuestro quirófano, habríamos procedido a la amputación y le habríamos evitado el dolor”.

¿Qué sintió durante esos días en el hospital de Lérida?

Fueron días de mucho dolor físico, espiritual, psicológico, moral . Si hay algún otro tipo de dolor que se pueda catalogar en el ser humano, lo sufrí.

¿Se sintió mal atendido por los médicos?

La primera noche al llegar a Zaragoza apareció un médico agrio, sombrío y con poco tacto. Me cogió la pierna sin anestesia y la levantó. Le pedí por favor que la tratase con más cuidado porque me hacía daño y me respondió que estaba haciendo su trabajo y tenía que hacerlo así. Colocó una bandeja metálica en la cama y comenzó a extirpar las partes necrosadas de mi pierna, para evitar que se extendiese la infección. Pero hay una diferencia en que te retiren zonas necrosadas y las coloquen en una bandeja a que te corten áreas necrosadas sin anestesia y las lancen a una bandeja metálica como si cortasen jamón. Ese “plic”, “plic” de los trozos de mi carne golpeando la bandeja me hicieron mucho daño aquí (se toca la sien) y aquí (se señala el corazón).

¿En qué momento supo que le iban a amputar la pierna?

Pasado unos días tras el accidente, sobre las 23:30 sentí un dolor muy fuerte en el empeine. A las 12.00 estaba chillando como no he chillado en mi vida. Sobre las tres de la mañana, de la desesperación, traté de ponerme en pie; pero el dolor fue peor aún. Era desesperante. A las nueve de la mañana me desmayaba. Me volvieron a bajar a quirófano y la enfermera que coloca el arco debajo del cuello para no ver lo que ocurre tardó más de lo normal y, cuando el médico levantó mi pierna, era un trozo de hueso descubierto. Ahí supe que me iban a amputar la pierna.

«Hay una diferencia en que te retiren zonas necrosadas y las coloquen en una bandeja a que te corten áreas necrosadas sin anestesia y las lancen a una bandeja metálica como si cortasen jamón».

¿Cómo llevó el proceso tras la operación?

Yo no lloré. Estaba en un estado de “yo quiero”, “yo puedo”, “yo lo voy a conseguir”, que es falso. Este año he sido consciente de que me falta una pierna y hace tres años que me la amputaron.

¿Cuál fue su sensación al llegar a casa?

Cuando llegas a casa se te cae la casa encima. Te ves muy desvalido ante todo lo que solías hacer y es una sensación horrorosa.

¿Cómo vivió su familia ese proceso?

Mis padres están separados. Mi padre no me ha visto aún, dice que no está preparado. A mi madre se le complicó mucho porque su marido falleció hace poco, tras haber estado cuatro años enfermo.

Para su hija ¿fue extraño la primera vez que le vio?  

Mi hija tiene seis años y, cuando llegó, se me quedó mirando porque ya no tenía la pierna. Ella no quería acercarse porque le daba miedo. Le dije: “Papá ha tenido un accidente, pero sigue siendo papá. Le van a poner una pierna de robot y va a ser un transformer”. Hice mucho hincapié en seguir con nuestra rutina para desdramatizar la situación y se adaptó muy rápido.

Mientras estaba en el hospital ¿le dijeron algo en relación a su puesto de trabajo en el ejército?

No. En el hospital todo fue calma.  El ejército habilitó un autobús a Lérida cuando me encontraba allí ingresado para que viniese a verme el que quisiera y aparecieron un montón de compañeros míos en el hospital. Un año después me llegó la primera notificación de que dejaba de formar parte de las Fuerzas Armadas.

¿Qué hizo usted ante la negativa?

Presenté una alegación con un diploma de una carrera de 101 kilómetros que realicé sin la prótesis y un curso de Microsoft Office. A los ocho meses me dijeron que no y volví a alegar mandando otra documentación. A la tercera vez, decidí grabarme con una cámara haciendo una serie de ejercicios con la prótesis y lo mandé al tribunal médico. Ante los vídeos me dijeron que querían verme en Madrid.

«En agosto un compañero me mandó por un mensaje la resolución del Boletín Oficial de Defensa con el no definitivo. Fue un golpe muy duro, no me lo esperaba».

Allí, ¿qué tuvo que hacer?

Me hicieron un cuestionario psicológico y me hicieron esperar durante una hora en una silla. La silla no tenía nada de especial, pero era lo único que había en un pasillo de 20 metros y, en ese momento, me sentí insignificante.  Me condujeron a una estancia donde había 15 altos cargos. Me dijo que estaban muy impresionados ante los vídeos y eso me descuadró.

¿Le dieron el apto para incorporarse de nuevo?

Tuve que pasar por el traumatólogo ese mismo día y firmó el apto para mi reincorporación para hacer trabajos adaptados a mi situación.

El ex paracaidista, durante uno de sus habituales entrenamientos.

¿Qué sintió en ese momento?

Yo volví de Madrid pensando: “He ganado”.

¿Ese fue el veredicto final?

No. En agosto un compañero me mandó por un mensaje la resolución del Boletín Oficial de Defensa con el no definitivo. Fue un golpe muy duro, no me lo esperaba. La negativa vino del órgano central.

«Los paracaidistas tenemos un dicho con el que me identifico: “Militar por un tiempo, paracaidista para toda la vida”. 

¿Se planteó luchar por la vía judicial de nuevo?

Mi abogado me dijo que estaba ganado, pero le dije que no merecía más la pena.  Ya había invertido demasiado tiempo en demostrarles lo que podía valer con una prótesis.

¿Supuso una decepción de la imagen que tenía del Ejército?

Hacia el Ejército no. Fue una cuestión más política. Me dieron un papel que me daba el apto. No fue una palmadita en la espalda.

¿Quiere volver a saltar de un avión?

Los paracaidistas tenemos un dicho con el que me identifico: “Militar por un tiempo, paracaidista para toda la vida”. Estoy buscando el medio de volver a saltar de un avión. Puedo saltar con acompañante, no es lo mismo, pero es un alivio.

¿Qué papel jugó la Asociación de Amputadas y/o personas con Agenesias en su recuperación?

ADAMPI es la luz. Cuando quedé el primer día con Nuria, su directora, vi un escalón de 20 centímetros y me vi abrumado porque tenía miedo. Me tuvieron que ayudar a subir.  Te dan un manual de lo que has sentido o vas a sentir y es muy completo.  Hace papel de tutor, padrino, cariño, amor, asesoramiento, ayuda, oportunidad…

¿Sigue teniendo relación con sus compañeros de trabajo?

No. El primer año supusieron un gran apoyo para mí, pero empiezas a vivir de una forma diferente. No estás a la altura de lo que ellos están haciendo, te dejan en el olvido y te quedas solo.

Universidad San Jorge